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domingo, 16 de junio de 2013

Joaquín Martínez de la Vega Cisneros. Los ocios del claustro [Málaga, 1871].




Martínez de la Vega Cisneros, Joaquín (Almería, 1846 - Málaga, 1905).
Los ocios del claustro [Málaga, 1871].



Joaquín Martínez de la Vega, casual almeriense de nacimiento y cordobés de formación artística —ambas circunstancias debidas al traslado como funcionario público del padre del pintor—, es uno de los más personales y malogrados artistas malagueños a caballo entre el férreo academicismo de la segunda mitad y los movimientos fin de siglo simbolistas y modernistas. Formado en la escuela dominada por la plástica de Rafael Romero Barros en Córdoba, trasladado desde su Huelva natal para ocupar el cargo de director-conservador del cordobés Museo Provincial de Bellas Artes e integrado en las instituciones de formación artística, Martínez de la Vega compartió años de formación junto a los hijos del pintor: Rafael, Enrique y Julio Romero de Torres, así como con otros artistas como el lucentino Tomás Muñoz Lucena.
De este nutrido grupo, Martínez de la Vega despuntó con producciones que le valieron pensión de la Diputación Provincial para ampliación de estudios en Madrid, en cuya Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado de San Fernando adelantó como alumno de Federico de Madrazo tan rápidamente como con sus continuas visitas al Real Museo de Pintura y Escultura del Prado, donde pronto admiró fundamentalmente a pintores de honda vena española, como: Zurbarán, Velázquez y el estremecedor Goya.
De esta primera época es una de sus obras más emblemáticas: Los ermitaños de Belén en Sierra Morena dando de comer a los pobres o El reparto de la gallofa [Madrid, 1865] (Diputación Provincial de Córdoba, Palacio de la Merced), ejercicio de pensionado enviado a Córdoba y que determinó la ampliación de la pensión para poder continuar estudios en Roma.

Martínez de la Vega Cisneros, Joaquín (Almería, 1846 - Málaga, 1905).
El reparto de la gallofa  [Madrid, 1865], Diputación Provincial de Córdoba, Palacio de la Merced.



No se ha documentado su estancia en la academia romana, pues en 1866 falleció su padre y Martínez de la Vega se trasladó a Málaga para tomar las riendas de la familia, pues ya se habían instalado en un inmueble de la calle Tomás de Cózar su madre y hermana, tras abandonar Córdoba. 
Así, el pintor debió dar por finalizada su etapa formativa y comenzar su inserción en el ambiente artístico malagueño como un profesional terminado capaz de sustentar a su familia, y una de las mejores formas de lograrlo era la obtención de medalla de Primera Clase en las madrileñas Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, en cuyo lienzo: Los ocios del claustro estuvo trabajando en Málaga hasta su presentación en su convocatoria de 1871.
A pesar de obtener medalla de Tercera Clase por algún retrato enviado junto a la gran obra pseudo-histórica, posiblemente debido a su cercanía en el tratamiento de sus modelos a su maestro, el omnipotente Federico de Madrazo, Los ocios del claustro recibieron las más agrias calificaciones y enojosos sarcasmos de la crítica artística.
El crítico Ramos Carrión espetó al pintor: Manejas bien el pincel / Pero dinos … francamente / ¿canta o ronca el fraile aquel / que se halla sentado enfrente?
El gran Benito Pérez Galdós, en la revista El Debate (nº 239, 30 octubre 1871) afirmó: El Sr. Martínez de la Vega tiene un defecto capital, el tamaño. Si el artista hubiera caído en la cuenta de que las dimensiones del asunto y la magnitud de la tela deben proporción exacta, habría pintado aquellos frailes en tamaño menor que “poussinesco”, y entonces no experimentaríamos la desagradable impresión que resulta de buscar con los ojos en tan gran lienzo algo que interese o conmueva, y hallar tan sólo pobres dominicos entretenidos en tocar el violoncello [sic] y el fagot. Para eso, créalo Sr. Martínez de la Vega no se necesitan corpachones tan desmesurados, ropajes tan amplios, ni un gasto de pintura tan considerable. Aquello, pintado en una cuartilla de papel sería muy bonito; aspirando a atraer desde lejos la atención, los defectos toman cuerpo, y hasta los ligeros toques que le darían gracia dentro de un marco pequeño, se convierten en manchas informes que desentonan y confunden. La “Cabeza de estudio” es un ejemplo de las buenas dotes del Sr. Martínez de la Vega, mención al retrato por el que sí obtuvo recompensa.
Por su parte Ossorio y Bernard, en la revista Las Novedades (6 diciembre 1871), escribió: D. Joaquín Martínez de la Vega, pintor natural de Almería, ha presentado, creemos que por primera vez, cuatro lienzos en la exposición actual. El que titula “Ocios del claustro” carece completamente de interés por su asunto, reducido a pintar unos cuantos frailes tocando diversos instrumentos musicales. Unido lo pobre del asunto a lo grande de la tela, los pequeños defectos de ejecución adquieren mayor realce, y lo que en un cuadro pequeño sería un bonito capricho, en uno grande no pasa de un asunto ingrato. El cuadro, a pesar de este defecto capital, llama justamente la atención; está bien compuesto, es correcto de dibujo y no malo de color. El Sr. Martínez de la Vega, que ha demostrado no carecer de dotes artísticas, está obligado hacer más, mucho más. Los dos estudios del natural, presentados por el mismo pintor, son muy notables.
Martínez de la Vega recibió todas estas críticas como ofensivas para un artista ya formado y que estaba recibiendo numerosos encargos y elogios por sus obras en Málaga, por lo que decidió no volver a concurrir a certámenes con resultados que a su vista fueron tan arbitrarios y poco profesionales.
La obra debió ser adquirida por D. Simón Castell, suegro del pintor José Moreno Carbonero, que sí entendió que este lienzo de raigambre local, por ofrecer una escena de coro de monjes en el ex-convento dominico de La Trinidad, debió formar parte del proyecto de Museo que la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo estuvo intentando formar durante la segunda mitad del siglo XIX, donándolo a la corporación local. Cuando el Museo Provincial de Bellas Artes se inauguró en 1916, la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo lo depositó en la institución con el resto de los fondos mediante acta de depósito de 18 de diciembre de 1915.
En el Catálogo General de 1920 se inscribió con el número cuarenta y dos, siendo descrito en catálogos posteriores por su director, Rafael Murillo Carreras, con la ayuda de Antonio Burgos Oms: Ocios del Claustro. – Cuadro de Joaquín Martínez de la Vega. – Sirviendo de fondo el coro del antiguo Convento de Santo Domingo, de esta capital, desarrolla el artista una plácida escena, en la que frailes de la Orden, entretienen sus ocios ensayando música con diversos instrumentos, mientras otros cantan, y un seglar, vestido a la usanza de final del siglo XVIII, acepta el rapé que le ofrece un religioso. – Figuras de tamaño natural, premiado en la Exposición de 1871, pasando por alto el pequeño detalle que la obra no obtuvo galardón ninguno.
Gustavo García Herrera, en su estudio de la década de los sesenta, incluyó la obra entre las primeras de la producción malagueña del pintor, que afirma figurar en el Museo Provincial según referencias, pues declara ignorar su paradero. Al analizar la obra, pasa por alto la composición general algo desmañada, centrándose en las dos figuras centrales. En palabras del autor: Un segundo término de escasas calidades en el dibujo, color y perspectiva; una figura central de inocente trazo, sin vida, carente de toda emoción y expresividad y un primer término, sobre todo el ángulo superior izquierdo […] donde dos figuras llaman poderosamente la atención y acaso por ellas alcanzó la 3ª medalla. La figura del fraile del violín, que en pleno éxtasis, arranca las notas a su instrumento, fijos los ojos en el cielo y la del monje que hace sonar el fagot. Ambas cabezas, de gran fuerza plástica, de elocuente expresión, de pinceladas suaves, pero no lamidas, recuerdan en su factura y colorido las maravillosas cabezas de monjes, de aquel genial extremeño que se llamó Francisco de Zurbarán. Cayendo en la misma errónea consideración en su galardón.
El profesor Palomo Díaz, en un documentado artículo sobre el género costumbrista en la plástica malagueña del siglo XIX, da un tratamiento a la obra excepcional, ya que valora que el acercamiento que Martínez de la Vega realizó al costumbrismo con esta obra de 1871 fue de los más ajustados al género. Para el profesor Palomo: Es un académico derroche de trabajo, purista de factura y entonado en negros, blancos y marrones; falta la articulación espacial en el tratamiento del claroscuro, de modo que centra la atención en un extremo de la composición y deja el otro a oscuras. La escena, por tanto, se limita a la parte visible donde hay unos dominicos, interpretando con resabios zurbaranescos en las buenas cabezas y en las vestimentas. No fue, por estos defectos, del agrado de Tubino, que lo llamó ocios de un pintor, aunque el autor había acudido a ambientarlo a un espacio concreto, el del claustro del antiguo convento de Santo Domingo, en Málaga (Palomo Díaz, 1988; 264).

Museo de Málaga, sala IX “Pintores malagueños”, Palacio de Buenavista.
© José Luis Rodríguez, 1971. 


No cabe duda de que esta obra supone el broche que cerraría el período de formación del pintor, donde aún existe una mal digerida apreciación de la barroca pintura española. Se observan errores de composición a la manera zurbaranesca, con la existencia de unos modelos individualizados de evidente pericia —como los frailes que tocan fagot, violín y órgano—, mientras que el conjunto desdice esta maestría. La entonación en un intenso claroscuro de la escena presenta cierta reverberación velazqueña, con la proyección de una luz fuertemente dirigida desde una supuesta puerta abierta en su lateral izquierdo fuera del encuadre de la obra, que presta una falsa teatralidad a esta intrascendente escena de ensayo de coro, que parece delatar el gran libro de canto abandonado sin ningún cuidado en el suelo de su lateral inferior izquierdo. La  maestría del pintor en los primeros términos, destacando la minuciosa descripción del solado de la estancia del convento trinitario, se va perdiendo en los sucesivos términos del fondo, hasta constituir un telón insustancial y nefando para la valoración de este primer plano.
Martínez de la Vega cerró definitivamente con Los ocios del claustro una forma de entender la pintura muy anclada en la tradición hispana hacia las innovaciones más interesantes que le ofrecían los movimientos fin de siglo. Este viraje no dudamos que estuvo muy marcado por la fallida experiencia en esta exposición nacional, y esta obra puede ofrecer la posibilidad al público de mostrar con meridiana nitidez los condicionantes bajo los que se formaron y desarrollaron los talentos artísticos del siglo, incluyendo los grandes aciertos y éxitos de crítica y público, así como sus rotundos fracasos. Sólo podemos admirar una gran obra por comparación con todas aquellas otras que la hicieron resaltar con su modestia o mediocridad. Martínez de la Vega posiblemente aprendió más de su fracaso que Simonet y Lombardo de sus grandes éxitos. ¿Son despreciables en un guión museológico Primera Comunión y Ciencia y Caridad de Pablo Ruiz Picasso por ser el producto no suficientemente reconocido en las exposiciones nacionales a las que se presentaron? ¿Hubiese sido distinta la vida de Picasso con una medalla de Primera Clase a tan escasa edad que quizá lo hubiese anclado a Madrid, Barcelona o Málaga?
Sin despreciar la atormentada vida de Joaquín Martínez de la Vega, que dejó una incontestable impronta en su producción posterior, donde destaca la magnífica producción de sus modernos pasteles, Los ocios del claustro fue la espoleta de ese cambio plástico. Hoy podemos considerarla una de las obras del Museo de Málaga de mayor personalidad historiográfica, tanto como documento de la vida cotidiana en el convento trinitario ya extinto como de las composiciones de gran formato de un dotadísimo pintor en un momento a caballo entre su formación artística y su descollante carrera posterior.


·      Los textos no adquieren su sentido completo en el transcurso de su redacción y publicación bien blanco sobre negro o bien en el ciberespacio de las redes sociales, siempre perfectibles a los ojos del autor que los lanza con la perenne incertidumbre sobre el destino de su recepción, sino durante su lectura por el público que tiene la enorme generosidad de recibirlos, evaluarlos y, en algunos casos, mejorarlos. Es el caso de esta entrada sobre la obra de mi idolatrado Joaquín Martínez de la Vega, autor sobre el que he tutelado obras tanto en mi destino en el Museo de Bellas Artes de Córdoba como en el Museo de Málaga. Introduje erróneamente la obra: “Plegaria en las Ermitas de Córdoba” de Tomás Muñoz Lucena (Córdoba, 1860-1942), medalla de Primera Clase en la madrileña Exposición Nacional de Bellas Artes de 1901, por el “Reparto de la gallofa” (1865) del autor al que dedico la presente entrada. Así, agradezco la corrección que tan generosa como amablemente me ha trasladado el Sr. Gonzalo de Amarante, a quien me consta que cuento como inteligente y entendido lector.


Gracias.  

Muñoz Lucena, Tomás (Córdoba, 1860 - 1942).
Plegaria en las Ermitas de Córdoba  [1901], Diputación Provincial de Córdoba, Palacio de la Merced.



Bibliografía recomendada:
CARRIÓN Y CAMPOS ARANA, Ramos, Revista cómica de la Exposición de Bellas Artes de 1871, Madrid, 1871.
GARCÍA-HERRERA, Gustavo, Martínez de la Vega. Estampas de la vida de un pintor romántico (1846-1905), Málaga, Instituto de Cultura de la Diputación Provincial, 1962.
PALOMO DÍAZ, Francisco, “ La pintura costumbrista del siglo XIX en Málaga”, Boletín de Arte 9, Málaga, Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Málaga, 1988, pp. 259-277.
RUIZ ALCUBILLA, Diego (coord.), Patrimonio Histórico de la Diputación de Córdoba. 1 Becas y Premios, Córdoba, 1997. 
SAURET GUERRERO, Teresa y CONDE-PUMPIDO, Soto, Martínez de la Vega (1846-1905), Málaga, 1990.
TUBINO, Francisco María, El arte y los artistas contemporáneos en la península, Madrid, 1871.

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