Martínez de la Vega Cisneros,
Joaquín (Almería, 1846 - Málaga, 1905).
Los ocios del claustro [Málaga, 1871].
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Joaquín Martínez de la Vega, casual almeriense
de nacimiento y cordobés de formación artística —ambas circunstancias debidas
al traslado como funcionario público del padre del pintor—, es uno de los más
personales y malogrados artistas malagueños a caballo entre el férreo
academicismo de la segunda mitad y los movimientos fin de siglo simbolistas y
modernistas. Formado en la escuela dominada por la plástica de Rafael Romero
Barros en Córdoba, trasladado desde su Huelva natal para ocupar el cargo de
director-conservador del cordobés Museo Provincial de Bellas Artes e integrado
en las instituciones de formación artística, Martínez de la Vega compartió años
de formación junto a los hijos del pintor: Rafael, Enrique y Julio Romero de
Torres, así como con otros artistas como el lucentino Tomás Muñoz Lucena.
De este nutrido grupo, Martínez de la Vega
despuntó con producciones que le valieron pensión de la Diputación Provincial
para ampliación de estudios en Madrid, en cuya Escuela Superior de Pintura,
Escultura y Grabado de San Fernando adelantó como alumno de Federico de Madrazo
tan rápidamente como con sus continuas visitas al Real Museo de Pintura y
Escultura del Prado, donde pronto admiró fundamentalmente a pintores de honda
vena española, como: Zurbarán, Velázquez y el estremecedor Goya.
De esta primera época es una de sus obras más
emblemáticas: Los ermitaños de Belén en Sierra Morena dando de comer a los
pobres o El reparto de la gallofa [Madrid, 1865] (Diputación
Provincial de Córdoba, Palacio de la Merced), ejercicio de pensionado enviado a
Córdoba y que determinó la ampliación de la pensión para poder continuar
estudios en Roma.
Martínez de la Vega Cisneros,
Joaquín (Almería, 1846 - Málaga, 1905).
El reparto de la gallofa [Madrid, 1865], Diputación Provincial de Córdoba, Palacio de la Merced. |
No se ha documentado su estancia en la academia romana, pues en 1866 falleció su padre y Martínez de la Vega se trasladó a Málaga para tomar las riendas de la familia, pues ya se habían instalado en un inmueble de la calle Tomás de Cózar su madre y hermana, tras abandonar Córdoba.
Así, el pintor debió dar por finalizada su
etapa formativa y comenzar su inserción en el ambiente artístico malagueño como
un profesional terminado capaz de sustentar a su familia, y una de las
mejores formas de lograrlo era la obtención de medalla de Primera Clase en las
madrileñas Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, en cuyo lienzo: Los
ocios del claustro estuvo trabajando en Málaga hasta su presentación en su
convocatoria de 1871.
A pesar de obtener medalla de Tercera Clase
por algún retrato enviado junto a la gran obra pseudo-histórica, posiblemente
debido a su cercanía en el tratamiento de sus modelos a su maestro, el
omnipotente Federico de Madrazo, Los ocios del claustro recibieron las
más agrias calificaciones y enojosos sarcasmos de la crítica artística.
El crítico Ramos Carrión espetó al pintor: Manejas
bien el pincel / Pero dinos … francamente / ¿canta o ronca el fraile aquel /
que se halla sentado enfrente?
El gran Benito Pérez Galdós, en la revista El
Debate (nº 239, 30 octubre 1871) afirmó: El Sr. Martínez de la Vega
tiene un defecto capital, el tamaño. Si el artista hubiera caído en la cuenta
de que las dimensiones del asunto y la magnitud de la tela deben proporción
exacta, habría pintado aquellos frailes en tamaño menor que “poussinesco”, y entonces
no experimentaríamos la desagradable impresión que resulta de buscar con los
ojos en tan gran lienzo algo que interese o conmueva, y hallar tan sólo pobres
dominicos entretenidos en tocar el violoncello [sic] y el fagot. Para
eso, créalo Sr. Martínez de la Vega no se necesitan corpachones tan
desmesurados, ropajes tan amplios, ni un gasto de pintura tan considerable.
Aquello, pintado en una cuartilla de papel sería muy bonito; aspirando a atraer
desde lejos la atención, los defectos toman cuerpo, y hasta los ligeros toques
que le darían gracia dentro de un marco pequeño, se convierten en manchas
informes que desentonan y confunden. La “Cabeza de estudio” es un ejemplo de
las buenas dotes del Sr. Martínez de la Vega, mención al retrato por el que
sí obtuvo recompensa.
Por su parte Ossorio y Bernard, en la
revista Las Novedades (6 diciembre 1871), escribió: D. Joaquín
Martínez de la Vega, pintor natural de Almería, ha presentado, creemos que por
primera vez, cuatro lienzos en la exposición actual. El que titula “Ocios del
claustro” carece completamente de interés por su asunto, reducido a pintar unos
cuantos frailes tocando diversos instrumentos musicales. Unido lo pobre del
asunto a lo grande de la tela, los pequeños defectos de ejecución adquieren mayor
realce, y lo que en un cuadro pequeño sería un bonito capricho, en uno grande
no pasa de un asunto ingrato. El cuadro, a pesar de este defecto capital, llama
justamente la atención; está bien compuesto, es correcto de dibujo y no malo de
color. El Sr. Martínez de la Vega, que ha demostrado no carecer de dotes
artísticas, está obligado hacer más, mucho más. Los dos estudios del natural,
presentados por el mismo pintor, son muy notables.
Martínez de la Vega recibió todas estas
críticas como ofensivas para un artista ya formado y que estaba recibiendo
numerosos encargos y elogios por sus obras en Málaga, por lo que decidió no volver
a concurrir a certámenes con resultados que a su vista fueron tan arbitrarios y
poco profesionales.
La obra debió ser adquirida por D. Simón
Castell, suegro del pintor José Moreno Carbonero, que sí entendió que este
lienzo de raigambre local, por ofrecer una escena de coro de monjes en el
ex-convento dominico de La Trinidad, debió formar parte del proyecto de Museo
que la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo estuvo intentando formar
durante la segunda mitad del siglo XIX, donándolo a la corporación local.
Cuando el Museo Provincial de Bellas Artes se inauguró en 1916, la Real
Academia de Bellas Artes de San Telmo lo depositó en la institución con el
resto de los fondos mediante acta de depósito de 18 de diciembre de 1915.
En el Catálogo General de 1920 se inscribió
con el número cuarenta y dos, siendo descrito en catálogos posteriores por su
director, Rafael Murillo Carreras, con la ayuda de Antonio Burgos Oms: Ocios
del Claustro. – Cuadro de Joaquín Martínez de la Vega. – Sirviendo de fondo el
coro del antiguo Convento de Santo Domingo, de esta capital, desarrolla el
artista una plácida escena, en la que frailes de la Orden, entretienen sus
ocios ensayando música con diversos instrumentos, mientras otros cantan, y un
seglar, vestido a la usanza de final del siglo XVIII, acepta el rapé que le
ofrece un religioso. – Figuras de tamaño natural, premiado en la Exposición de
1871, pasando por alto el pequeño detalle que la obra no obtuvo galardón
ninguno.
Gustavo García Herrera, en su estudio de la
década de los sesenta, incluyó la obra entre las primeras de la producción
malagueña del pintor, que afirma figurar en el Museo Provincial según
referencias, pues declara ignorar su paradero. Al analizar la obra, pasa por
alto la composición general algo desmañada, centrándose en las dos figuras
centrales. En palabras del autor: Un segundo término de escasas calidades en
el dibujo, color y perspectiva; una figura central de inocente trazo, sin vida,
carente de toda emoción y expresividad y un primer término, sobre todo el
ángulo superior izquierdo […] donde dos figuras llaman poderosamente la
atención y acaso por ellas alcanzó la 3ª medalla. La figura del fraile del
violín, que en pleno éxtasis, arranca las notas a su instrumento, fijos los
ojos en el cielo y la del monje que hace sonar el fagot. Ambas cabezas, de gran
fuerza plástica, de elocuente expresión, de pinceladas suaves, pero no lamidas,
recuerdan en su factura y colorido las maravillosas cabezas de monjes, de aquel
genial extremeño que se llamó Francisco de Zurbarán. Cayendo en la misma
errónea consideración en su galardón.
El profesor Palomo Díaz,
en un documentado artículo sobre el género costumbrista en la plástica
malagueña del siglo XIX, da un tratamiento a la obra excepcional, ya que valora
que el acercamiento que Martínez de la Vega realizó al costumbrismo con esta
obra de 1871 fue de los más ajustados al género. Para el profesor Palomo: Es
un académico derroche de trabajo, purista de factura y entonado en negros,
blancos y marrones; falta la articulación espacial en el tratamiento del
claroscuro, de modo que centra la atención en un extremo de la composición y
deja el otro a oscuras. La escena, por tanto, se limita a la parte visible
donde hay unos dominicos, interpretando con resabios zurbaranescos en las
buenas cabezas y en las vestimentas. No fue, por estos defectos, del agrado de
Tubino, que lo llamó ocios de un pintor, aunque el autor había acudido a
ambientarlo a un espacio concreto, el del claustro del antiguo convento de
Santo Domingo, en Málaga (Palomo Díaz, 1988; 264).
Museo de Málaga, sala IX “Pintores
malagueños”, Palacio de Buenavista.
© José Luis Rodríguez, 1971.
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No cabe duda de que esta
obra supone el broche que cerraría el período de formación del pintor, donde aún
existe una mal digerida apreciación de la barroca pintura española. Se observan
errores de composición a la manera zurbaranesca, con la existencia de unos
modelos individualizados de evidente pericia —como los frailes que tocan fagot,
violín y órgano—, mientras que el conjunto desdice esta maestría. La entonación
en un intenso claroscuro de la escena presenta cierta reverberación velazqueña,
con la proyección de una luz fuertemente dirigida desde una supuesta puerta
abierta en su lateral izquierdo fuera del encuadre de la obra, que presta una
falsa teatralidad a esta intrascendente escena de ensayo de coro, que parece
delatar el gran libro de canto abandonado sin ningún cuidado en el suelo de su
lateral inferior izquierdo. La maestría
del pintor en los primeros términos, destacando la minuciosa descripción del
solado de la estancia del convento trinitario, se va perdiendo en los sucesivos
términos del fondo, hasta constituir un telón insustancial y nefando para la
valoración de este primer plano.
Martínez de la Vega cerró
definitivamente con Los ocios del
claustro una forma de entender la pintura muy anclada en la tradición
hispana hacia las innovaciones más interesantes que le ofrecían los movimientos
fin de siglo. Este viraje no dudamos que estuvo muy marcado por la fallida
experiencia en esta exposición nacional, y esta obra puede ofrecer la
posibilidad al público de mostrar con meridiana nitidez los condicionantes bajo
los que se formaron y desarrollaron los talentos artísticos del siglo, incluyendo
los grandes aciertos y éxitos de crítica y público, así como sus rotundos
fracasos. Sólo podemos admirar una gran obra por comparación con todas aquellas
otras que la hicieron resaltar con su modestia o mediocridad. Martínez de la
Vega posiblemente aprendió más de su fracaso que Simonet y Lombardo de sus
grandes éxitos. ¿Son despreciables en un guión museológico Primera Comunión
y Ciencia y Caridad de Pablo Ruiz Picasso por ser el producto no
suficientemente reconocido en las exposiciones nacionales a las que se presentaron?
¿Hubiese sido distinta la vida de Picasso con una medalla de Primera Clase a
tan escasa edad que quizá lo hubiese anclado a Madrid, Barcelona o Málaga?
Sin despreciar la
atormentada vida de Joaquín Martínez de la Vega, que dejó una incontestable
impronta en su producción posterior, donde destaca la magnífica producción de
sus modernos pasteles, Los ocios del
claustro fue la espoleta de ese cambio plástico. Hoy podemos considerarla
una de las obras del Museo de Málaga de mayor personalidad historiográfica,
tanto como documento de la vida cotidiana en el convento trinitario ya extinto
como de las composiciones de gran formato de un dotadísimo pintor en un momento
a caballo entre su formación artística y su descollante carrera posterior.
·
Los textos no adquieren su sentido completo en el transcurso de
su redacción y publicación bien blanco sobre negro o bien en el ciberespacio de las redes
sociales, siempre perfectibles a los ojos del autor que los lanza con la perenne
incertidumbre sobre el destino de su recepción, sino durante su lectura por el público
que tiene la enorme generosidad de recibirlos, evaluarlos y, en algunos casos,
mejorarlos. Es el caso de esta entrada sobre la obra de mi idolatrado Joaquín
Martínez de la Vega, autor sobre el que he tutelado obras tanto en mi destino
en el Museo de Bellas Artes de Córdoba como en el Museo de Málaga. Introduje erróneamente
la obra: “Plegaria en las Ermitas de Córdoba” de Tomás Muñoz Lucena (Córdoba,
1860-1942), medalla de Primera Clase en la madrileña Exposición Nacional de Bellas Artes
de 1901, por el “Reparto de la gallofa” (1865) del autor al que dedico la
presente entrada. Así, agradezco la corrección que tan generosa como
amablemente me ha trasladado el Sr. Gonzalo de Amarante, a quien me consta que
cuento como inteligente y entendido lector.
Gracias.
Muñoz Lucena, Tomás (Córdoba, 1860 - 1942).
Plegaria en las Ermitas de Córdoba [1901], Diputación Provincial de Córdoba, Palacio de la Merced. |
Bibliografía recomendada:
CARRIÓN Y CAMPOS
ARANA, Ramos, Revista cómica de la
Exposición de Bellas Artes de 1871, Madrid, 1871.
GARCÍA-HERRERA,
Gustavo, Martínez de la Vega. Estampas de
la vida de un pintor romántico (1846-1905), Málaga, Instituto de Cultura de
la Diputación Provincial, 1962.
PALOMO DÍAZ,
Francisco, “ La pintura costumbrista del siglo XIX en Málaga”, Boletín de Arte 9, Málaga, Departamento
de Historia del Arte de la Universidad de Málaga, 1988, pp. 259-277.
RUIZ ALCUBILLA,
Diego (coord.), Patrimonio Histórico de
la Diputación de Córdoba. 1 Becas y Premios, Córdoba, 1997.
SAURET GUERRERO,
Teresa y CONDE-PUMPIDO, Soto, Martínez de
la Vega (1846-1905), Málaga, 1990.
TUBINO, Francisco
María, El arte y los artistas
contemporáneos en la península, Madrid, 1871.
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