Translate

viernes, 10 de abril de 2020

Baile de gala en el Palacio de Villahermosa. Crónica social de José Moreno Carbonero en el Museo de Málaga


Baile en los salones de la marquesa de Esquilache en honor del embajador marroquí Sidi Brisha [febrero, 1895]
 José Moreno Carbonero, óleo sobre lienzo, 43,00 x 66,40 cm
© Del autor, 2016


Las salas de un Museo presentan el aspecto de grandes espacios vacíos, llenos de ventanas por las que observamos distintos mundos lejanos, parecidos o extraños al que habitualmente habitamos. Acercarnos al marco de una pintura es romper con la mirada el plano bidimensional y sumergirnos en una realidad paralela, una dimensión espacio-temporal que parece existir autónoma tras la pared que la linda y circunda. No obstante, para que esas realidades paralelas acontezcan es imprescindible el concurso de nuestra mirada, la consciencia que aprecia, comprende y disfruta de lo que observa. En ese juego de complicidades entre nosotros y las obras plásticas se encuentran sus autores, estilos, circunstancias históricas, asuntos concretos y decisiones museológicas, contando historias que a veces parecen triviales o trascendentes bajo el prisma del autor y las razones de presentación del museólogo. Éste podría ser el caso de la obra que hoy analizamos, una cómica escena de extraño baile donde conviven los europeos en ridículas poses frente a un circunspecto grupo de norteafricanos, reconocibles por su característico atuendo en segundo plano de la escena, inusual composición del pintor escasamente sarcástico José Moreno Carbonero (Málaga, 1858 – Madrid, 1942), a pesar de la enorme tradición en la plástica malagueña coetánea de la cómica parodia política y social.    

El objeto de la presente entrada es acompañar la mirada en la observación de un pequeño lienzo de técnica tremendamente abocetada, cuya lectura nos la facilita su autor mediante dos leyendas autógrafas sobre el lienzo: Baile de la marquesa de Esquilache en honor del embajador marroquí Sidi Brisha / Febrero / 1895, en su ángulo inferior derecho; y Baile en los salones de los marqueses de Esquilache en honor de Sidi Brisha / embajador de Marruecos, en su borde inferior. Inusual duplicidad en la anotación autógrafa de una obra, debiendo entender el pintor que no había incorporado suficientes notas en la representación como para aclarar su lectura, siendo necesario el apoyo en la palabra. El pequeño boceto, en la línea de la crónica satírica ilustrada de la prensa, hace referencia a uno de los acontecimientos más rocambolescos en las relaciones decimonónicas entre reinos vecinos: España y Marruecos.
 

Baile …, de José Moreno Carbonero en exposición permanente del Museo de Málaga
© Del autor durante el montaje, 2016

Sidi Brisha, el primero de los personajes a los que alude el presente relato, fue el integrante de una noble familia magrebí que había alcanzado gran reputación en el servicio a su monarquía, formando parte de varias delegaciones diplomáticas y comerciales por distintas capitales europeas, varias de ellas en Madrid, donde se afirmaba haber demostrado gran aprecio por la reina María Cristina de Habsburgo. Casi sexagenario, recibió el encargo de presidir las negociaciones que ante el Gobierno español debían dar cumplimiento a las compensaciones económicas de guerra establecidas en el Tratado de Marrakech de 5 de marzo de 1894, un negocio crucial a las arcas en bancarrota de la corona norteafricana e imprescindible a los mermados fondos españoles y a su crédito en la carrera por el colonialismo europeo en la zona. La recepción de la delegación diplomática marroquí estuvo presidida por una campaña en prensa poco favorable a la pacificación de ánimos entre contendientes, preludiando con nefastos augurios lo finalmente acontecido. El crucero Reina Regente condujo a la embajada marroquí de los puertos de Tánger a Cádiz, alcanzando la capital el 28 de enero de 1895, donde fue alojada en el Hotel Rusia de la madrileña Puerta del Sol. Al día siguiente, cuando la embajada se disponía a acudir al Palacio Real en audiencia con la reina y el presidente del Gobierno, Práxedes Mateo Sagasta, un incidente cambió el curso de los acontecimientos. 



Sidi Brisha y Miguel Fuentes, caricaturas de Ángel [1895]
El Nuevo Mundo. Crónica Semanal Ilustrada, jueves 7-febrero-1895, p. 9

A la salida de Sidi Brisha del establecimiento hotelero, se cruzó en su camino el brigadier en la reserva Miguel Fuentes y Sánchiz, quien sin mediar palabra propinó un sonoro bofetón al embajador, al grito: “¡Yo soy Margallo!”, en alusión a los nefastos sucesos contra el acuartelamiento español en Melilla. Los ríos de tinta corrieron en la prensa e, incluso, la actual historiografía española aún fabula sobre anécdotas en torno a la tribulación de Sagasta, a la mediación patriótica de la reina apelando a su condición de dama o a los aspavientos coléricos del embajador, solicitando el pago de la afrenta en sangre hispana. Lo cierto es que la diplomacia española tuvo que reaccionar con rapidez y ofrecer las más humildes disculpas por el obsceno gesto, que el periodista liberal y defensor de una "penetración pacífica" de la misión colonial española en Marruecos Gonzalo de Reparaz (Oporto, Portugal, 1860 - México, 1939) calificó, en El Nuevo Mundo de 7 de febrero de ese año, como necesaria: […] reparación ante el patriotismo teatral y delirante, que nada prevé, que no razona nunca, y que en cambio grita y malgasta retórica vacía. El Gobierno, el Parlamento y la prensa pronto se alinearon en la prudente tesis de una transitoria locura del apresado cuarentón Miguel Fuentes, aunque no fuese más que el producto del nefasto ambiente patriotero creado en sus prolegómenos, pero que dio una ventaja en las negociaciones al sagaz Sidi Brisha, quien desde una inesperada atalaya de autoridad moral, obtuvo la quita de la mitad de las compensaciones de guerra que originalmente ascendían a dos millones ochocientos mil duros, con el consiguiente ahorro a las arcas marroquíes y el gasto millonario a los españoles por la patriótica bofetada.

Por iniciativa de la corona, quien pretendió aliviar en todo lo posible la tensa situación generada, se instó a la flor y nata de la sociedad madrileña al agasajo de la comitiva durante el mes de febrero en que tuvieron lugar las negociaciones, por lo que en la prensa satírica tuvo especial eco la actitud tanto política como social dolorosamente complaciente con la embajada marroquí, en una muy arraigada costumbre nacional de ridiculizar aún aquello que más conviene. 


Caricatura de Sagasta planchando las túnicas de media luna,
Ramón Cilla Pérez (Cáceres, 1859 – Salamanca, 1937)
El Nuevo Mundo, Madrid,  jueves 7 de febrero de 1895, p. 13

A los deseos de la reina regente de agradar a la embajada marroquí acudió presta una de sus damas, siendo el segundo personaje de esta historia, Dª María del Pilar de León y Gregorio (Córdoba, 1842 – Madrid, 1915), marquesa de Esquilache. La joven, criada en Granada y que vivió su primer matrimonio en La Habana (Cuba), contrajo segundas nupcias con el político, escritor y periodista Victoriano Mantilla de los Ríos, defensor de la restauración monárquica en España, lo que le granjeó la amistad de Alfonso XII quien, además de otorgarle un marquesado, le confió las delegaciones diplomáticas primero de Washington D.C. y más tarde de Constantinopla. Nuevamente viuda, Pilar de León se estableció definitivamente en Madrid en la calle Barquillo, cuya residencia fue uno de los más renombrados salones de la buena sociedad matritense. En las reuniones que organizaba conoció al joven diputado en Cortes, el malagueño Martín Larios y Larios, con quien contrajo matrimonio en secreto el año 1887 ante la férrea oposición de la acaudalada familia malagueña, que incluso pleitearon durante todo el año siguiente para lograr la inhabilitación del esposo en la libre disposición de sus bienes. Ganado el pleito por el feliz matrimonio, cambió el tren de vida de los recién nombrados marqueses de Esquilache que establecieron su residencia en el Palacio de Villahermosa en la madrileña Plaza de las Cortes, donde sin duda tuvo lugar el espectacular recibimiento de la embajada marroquí en torno al día 1 de febrero de 1895. 



Dª Pilar de León (1842-1915), 
marquesa de Esquilache y Grande de España
Su tercer esposo había fallecido ya prematuramente en 1889, quedando la marquesa de Esquilache en propiedad de una considerable fortuna y al frente de sus negocios, así como de la amistad del afamado pintor malagueño José Moreno Carbonero. A éste correspondió la crónica social del baile en la residencia de la viuda, ofrecido en desagravio a Sidi Brisha y su amplia comitiva diplomática, cuya descripción plástica es fiel trasunto de las crónicas periodísticas de la época. Por ello, no me resisto a transcribir la narración en prensa que, en su columna sobre novedades sociales y teatrales madrileñas “Conversaciones”, publicó el periodista José Gutiérrez Abascal (Madrid, 1852- 1907) —bajo el pseudónimo de Kasabal— en la revista ilustrada semanal El Nuevo Mundo del jueves 7 de febrero de ese año quien, no sin ciertos prejuicios occidentales en esa construcción mental que justificó la carrera colonialista europea, navega en las procelosas aguas entre la exaltación del severo comportamiento del otro y el ridículo que hace uno mismo : 

Los individuos que componen la embajada marroquí han sido durante la pasada semana los héroes de los salones madrileños, y el blanco jaique y el retorcido turbante han triunfado sobre el negro frac y el aplastado gilms. / Si los moros hubieran querido bailar vals, de seguro que se quedan sin pareja los payos madrileños y los attachés de todas las naciones de Europa, y hubiéramos visto a hermosas descendientes de los héroes de la reconquista enlazadas por la cintura con los vástagos de los que suspiraron con Boabdill al perder para siempre de vista las torres Bermejas del asombroso palacio de Granada. [ …] La media luna caída de las fortalezas moras, que llegaron a ser por el esfuerzo de legiones de héroes fortalezas cristianas, brillaban en el sarao de la marquesa de Squilache (sic) sobre el pecho y sobre la cabeza de hermosísimas damas, que recordaban a aquellas bellas nazarenas que hacen enloquecer de amor a los Gomeles y Zenetes de las orientales de Zorrilla / La civilización europea lucía todos sus esplendores para recibir a los representantes del Sultán de Marruecos, y la luz eléctrica partiendo de potentes focos, las obras de arte mostrando sus primores, las verdes plantas extendiendo sus pomposas ramas, los dorados espléndidos y las sedas bordadas recogidas en elegantes pabellones, todo parecía dispuesto para decir a los que han quedado rezagados por intransigentes fanatismos en el camino del progreso […]  Y sonó con dulcísimos acordes la orquesta y los moros se sentaron regocijados en el espléndido salón, pensando sin duda en que habrían venido al mundo las huríes del paraíso de Mahoma, al ver aquellas damas hermosísimas envueltas en ricas telas, y sobre sus cabezas y cuyos senos desnudos chispeaban los brillantes y fulguraban las esmeraldas y los rubíes, copiando fosforescencias del mar, y destellos de luceros, y al contacto de cuyas suavísimas carnes parecía que se redondeaban las perlas de irisados orientes que llevaban engarzados en sedosos hilos. […] Los moros del séquito hacían esfuerzos por permanecer graves, solemnes e indiferentes en medio de aquel espectáculo, pero no podían contener la expresión de sus ojos, que brillaban involuntariamente al fijarse en algunas de aquellas bellezas que se presentaban a ellos libres de discretos velos. Cuando comunicaron sus impresiones por medio de los intérpretes, manifestaron que lo que más les asombraba era que las damas se tapasen las manos con los guantes y se descubriesen la cara, el pecho y los hombros. […] Lo que no pudieron ocultar fue el mal efecto que les causó ver bailar a los hombres […] aprisionado en un frac negro con faldones que menean como aves de mal agüero, con las piernas como flautas embutidas en fundas también negras y dando vueltas al compás de la música, ¡vamos!, esto no lo comprenden los varoniles hijos de las africanas tierras, encariñados con su atrasadísima civilización. 


Salón de Invierno del Palacio de Villahermosa a finales del siglo XIX
© Archivo ABC, Prensa Española, c. 1895.

Ninguna descripción podría competir en fidelidad con aquella de quienes fueron testigos de la exótica participación en el baile de la embajada norteafricana, enfrentando la discreta contención alcohólica islamita con las efusivas muestras de comportamiento desinhibido de las parejas cristianas. José Moreno Carbonero traslada al lienzo los epítetos de la pluma de Kasabal, dejando volar el pincel nervioso por la composición casi de instantánea fotográfica en la traducción de los desdibujados fondos aterciopelados de la estancia, el despliegue selvático de las palmeras interiores y las amplias zonas sin pigmento que traducen los destellos de las luminarias. La comitiva diplomática marroquí sentada o dispuesta en pie en segundo plano, que parecen proferir algunos de los comentarios ya transcritos en la crónica de prensa, posee un estoico aspecto escultórico que contrasta con el grácil movimiento de los vestidos femeninos y el extraño flexionar dionisíaco de las piernas masculinas, donde indiscutiblemente se concentra la intensa comicidad de la escena. 
 

Doctor Ovilo, médico español incorporado a la embajada, por E. P. Dalmav [1895]
El Nuevo Mundo. Crónica Semanal Ilustrada, jueves 7 de febrero de 1895, p. 9
La escultural presencia monolítica marroquí, frente al dinamismo pictórico de los españoles de frac


La abocetada obra quedó en posesión del pintor, quizá con la inicial intención de trasladarla a definitiva composición o como apunte con el que poder colaborar en las revistas ilustradas en las que habitualmente publicaba, una rara avis en la producción de uno de los pintores más populares al trasladar al óleo las victorias militares españolas de la Guerra de Marruecos y retratar a sus héroes en el primer cuarto de la siguiente centuria. Además, el episodio del sarao en el Palacio de Villahermosa no debió ser un evocador recuerdo a posteriori, pues, tras despedir a la delegación diplomática en el puerto de Tánger dando por concluida las negociaciones y al regresar el crucero militar Reina Regente hacia Cádiz el 1 de marzo, sufrió una cruenta embestida del intenso oleaje que encrespaba las aguas del Estrecho, hundiéndose con más de cuatrocientos miembros de su tripulación, lo que causó una profunda conmoción nacional. Finalmente, la obra formó parte del legado de la nuera del pintor, Dª Josefa Travesedo y Silvela, viuda de José Moreno Castells, con destino a instalar en el Museo de Bellas Artes de Málaga una sala monográfica dedicada al gran pintor, inaugurada en 1973. Hoy como ayer, el singular lienzo se exhibe en compañía del resto de obras del pintor, subrayando su excepcionalidad en ejecución, aspecto y destino, el libre ejercicio íntimo sobre una crónica social a caballo entre el esperpento y la caricatura. 
 

Sala Romántica en planta baja del Palacio de Buenavista, Museo de Málaga, inaugurada en 1973 
monográficamente con el legado José Moreno Carbonero
© Archivo fotográfico, Fundación Unicaja, Registro nº 917

Bibliografía:
GUERRERO ACOSTA, José Manuel (Dtor), El protectorado español en Marruecos (1877-1921) Vol. I. Repertorio biográfico y emocional. Madrid, IBERDROLA, Colección Páginas de Historia [s.a.].
OLALLA GAJETE, Luis Fernando, Museo de Málaga. La pintura del siglo XIX, Madrid, Ministerio de Cultura, 1980, pp. 159-160 (cat. nº 158, p. 60).
PALOMO DÍAZ, Francisco, “La pintura costumbrista del siglo XIX en Málaga”, Boletín de Arte 9, Málaga, Departamento de Historia del Arte, Universidad de Málaga, 1988, pp. 259-277.  
PAREDES GONZÁLEZ, P. Jerónimo OSA, “María Cristina de Habsburgo y Lorena. Una mujer tres veces reina. 75º Aniversario de su muerte: 1929-2004”, LEA, La Escuela Agustiniana 77, Madrid,  Provincia Agustiniana Matritense, enero-marzo 2004, pp. 24-29.
SAURET GUERRERO, Teresa, José Moreno Carbonero. Homenaje en el 150 aniversario de su nacimiento (1858-1942), Málaga, Museo del Patrimonio Municipal, 2009.
VV.AA, Moreno Carbonero. Homenaje al glorioso maestro, Málaga, Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, Imprenta Iberia, 1943.

Prensa:
BECKER, J., “España y Marruecos. Extravíos de la razón”, El Nuevo Mundo, Crónica semanal ilustrada (Año II, nº 57), Madrid, jueves 7 de febrero de 1895, p. 4.
KASABAL, “Conversaciones”, El Nuevo Mundo, Crónica semanal ilustrada (Año II, nº 57), Madrid, jueves 7 de febrero de 1895, p. 5.
PARRONDO, Gil, “Palique. La bofetada”, El Nuevo Mundo, Crónica semanal ilustrada (Año II, nº 57), Madrid, jueves 7 de febrero de 1895, p. 7.
REPARÁZ, G., “La embajada marroquí. Antecedentes de la agresión al embajador”, El Nuevo Mundo, Crónica semanal ilustrada (Año II, nº 57), Madrid, jueves 7 de febrero de 1895, p. 6.
ROYO VILLANOVA, Luis, “Revista Cómica. Basta de “orsequios (sic)”, El Nuevo Mundo, Crónica semanal ilustrada (Año II, nº 57), Madrid, jueves 7 de febrero de 1895, p. 13.
SEPÚLVEDA, Enrique, “En el hotel de Rusia. La embajada vista por dentro”, El Nuevo Mundo, Crónica semanal ilustrada (Año II, nº 57), Madrid, jueves 7 de febrero de 1895, p. 9-10.

miércoles, 1 de abril de 2020

María Semprún y Pombo en los pinceles de Emilio Sala en el Museo de Málaga


Retrato de María Semprún y Pombo, señora de Vargas [c. 1900-1905], Emilio Sala Francés. Óleo sobre lienzo, 
115,00 x 80,00 cm. Depósito en el Museo de Málaga del Museo Nacional del Prado
© P-07546, Museo Nacional del Prado


En estos días de necesario confinamiento ante la amenaza que supone el COVID-19 por el bien superior de preservar la salud de nuestra población, quizá sea fructífero el tomar un momento de sosiego que no permite el diario ajetreo de nuestras vidas, leer y reflexionar sobre algunos posicionamientos conceptuales personales y profesionales en el ámbito de nuestros museos con este tiempo de enclaustramiento sobrevenido. En previsión del inevitable confinamiento, me pertreché con la última publicación del historiador del arte y periodista por cuenta propia Peio H. Riaño: Las invisibles. ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres? (Madrid, 2020), dentro de la línea de investigación sobre género en el marco de las colecciones museísticas que desde hace más de una década compartimos. Por otro lado, el pasado 8 de marzo mis compañeras del Museo de Bellas Artes de Sevilla pusieron en marcha una magnífica iniciativa pública que pretendió trasladar a la sociedad las investigaciones que llevan a cabo en torno a la identificación femenina en todas aquellas composiciones en que se desconoce su identidad, en línea convergente con la que estoy empeñado en concluir sobre los fondos artísticos del Museo de Málaga, presentándoles hoy un botón de muestra de cuáles están siendo sus resultados. 
 
De acuerdo con los desvelos asumidos por mis colegas del Museo Nacional del Prado, lo que demuestra la globalización de este necesario enfoque feminista, hoy nos resulta inaceptable la presentación de obras con el lacónico apelativo de retrato de señora, dama, joven o mujer, sobre todo si tenemos en cuenta que es mucho más habitual que en los casos de retratos masculinos. En ellos, o se ha conservado la identificación del modelo o bien se ha podido deducir por los códigos de representación empleados, con los atributos propios de su función social mediante la identificación de uniformes, signos de carácter profesional o públicas condecoraciones y reconocimientos, no siendo lo habitual en la representación femenina más allá de soberanas, aristócratas o religiosas. Al quedar reducido el papel social femenino a la esfera de lo doméstico, la representación ha sido más lacónica en el empleo de elementos que nos permitan rastrearlas en la historia y más estereotipada en atuendos, aspecto físico y poses en cumplimiento de aquellas virtudes físicas y morales con las que era conveniente presentarlas. Más allá de definirse por el estilo histórico-artístico de su representación, su ubicación geográfica si pudiera deducirse, la extracción social de la modelo o la moda a la que responda su atuendo, escasos son los datos que nos suministran los artistas para identificarlas. Por ello, resulta mucho más complejo el llegar a identificarlas en el marco de la investigación museológica e histórico-artística, aunque el resultado como se deduce sea más reconfortante, y si repasan algunas de las entradas antiguas de este blog obtendrán más muestras de ello. 

Durante años, la obra que aquí nos ocupa se presentaba y se aludía a ella en la documentación museística como “Retrato de señora”, uno de los más habituales apelativos resultante de combinar la edad de la modelo, con la clase social a la que parece pertenecer, en una suerte de condescendencia galante entre una despectiva “Vieja friendo huevos” velazqueña y una elegante “Dama del armiño” de Da Vinci. No obstante, ya existían datos suficientes para identificar a la modelo, pues la obra fue donada en 1947 al Museo Nacional de Arte Moderno por Carmen González Álvarez en cumplimiento de los póstumos deseos de su esposo, Rafael de Vargas Semprún, quien quiso legar para el disfrute público la pareja de retratos de sus padres, obras del pintor Emilio Sala Francés (Alcoy, Alicante, 1850 – Madrid, 1910). Precisamente, sabíamos que la dama representada era María Semprún de Vargas por la dedicatoria con la que el pintor firmó, en señal de entrañable afecto, el retrato compañero de su esposo. Los cuadros pasaron a propiedad del Museo Nacional del Prado, que los depositó conjuntamente en el Museo de Málaga en virtud de la Orden Ministerial de 15 de junio de 1961 para completar la instalación de las salas dedicadas a la pintura española del siglo XIX en el Palacio de Buenavista, continuando unida la pareja. En 1997 se trasladaron a los almacenes instalados en la Aduana, procediendo su titular un año después al levantamiento definitivo de su depósito. Tras dos décadas, el retrato femenino volvió a depositarse en el Museo de Málaga, ya en solitario, donde se exhibe de forma permanente desde su reapertura en 2016.
 

Retrato de Rafael de Vargas y de Oviedo [c. 1900-1905], Emilio Sala Francés. Óleo sobre lienzo, 75,00 x 58,00 cm. 
Museo Nacional del Prado
© P-07582, Museo Nacional del Prado


Una feliz circunstancia nos puso en contacto telefónico con el bisnieto de la modelo en el año 2010, Pelayo Jardón, quien nos confirmó que se trataba de la madre de su abuelo materno Rafael de Vargas Semprún, interesándose por el destino de las obras. Así, nos confirmó que se trata de María Semprún y Pombo, nacida en Valladolid el 24 de octubre de 1860, fruto del matrimonio del senador José María Semprún y Álvarez de Velasco y de Carmen Pombo Fernández de Bustamante, perteneciente a una familia de la alta burguesía vallisoletana con tintes aristocráticos por línea materna. Contrajo matrimonio con el sevillano Rafael de Vargas y de Oviedo, coronel de artillería, que falleció pocos años después de realizado su retrato y a quien sobrevivió su longeva esposa treinta años. 


Ambos retratos muestran un evidente distanciamiento respecto a la representación de sus modelos, mucho más distendido en el masculino, donde Emilio Sala intentó captar el simpático carácter de quien renuncia a las pompas militares para su retrato. El señor Vargas aparece de medio cuerpo en actitud coqueta y distendida, mirándonos directamente a los ojos con cierta socarronería cómplice mientras sostiene en su mano derecha un humeante cigarrillo finamente emboquillado, que ha congelado en sus labios un gesto histriónico. Por el contrario, el retrato de María Semprún, de dimensiones algo superiores al anterior, presenta a la modelo menos cordial y más arropada por los elementos propios de su alta distinción social. Quizá la explicación se deba a que fue posiblemente María Semprún quien encargó directamente su retrato a Emilio Sala, disponiendo milimétricamente cómo deseaba ser presentada, mientras que el retrato masculino fue ejecutado como obsequio a su buena amiga por el pintor alcoyano, a quien pretendió agradar tanto en la concepción amable de la figura del esposo como en la afectuosa dedicatoria con la que acompañó su firma: A Dª María Semprun de Vargas, / su affmo. amigo Emilio Sala. En este sentido, podríamos calificar como una excepción la forma de presentar una pareja de retratos en los que toda la gracia y donosura esté en el varón y el carácter fuerte y enérgicamente decidido sea femenino.  


Retratos de Rafael de Vargas y María Semprún de Emilio Sala Francés, depositados juntos en el Museo de Málaga 
desde 1961 hasta 1998
© P-07582 y P-07546, Museo Nacional del Prado

Emilio Sala asumió el presente encargo en el último período de su vida, donde el primer estilo de secos retratos realistas, muy influido por el dibujo riguroso y la paleta parduzca de Eduardo Rosales, se torna amable en la asunción de un estilo más preciosista y decorativo propio de la plástica finisecular, inmersa entre el luminismo levantino triunfante y los modernismos catalanes en boga. Especialmente presente en sus retratos femeninos está la asunción de las fórmulas de triunfo de Mariano Fortuny, especialmente analizadas por Carlos Reyero (Madrid, 2017), para quien el pintor catalán estableció todo un modelo de feminidad en los retratos más de moda a caballo entre ambos siglos. El retrato en tres cuartos de María Semprún combina la pincelada suelta y la clara paleta de este período, con la captación sicológica del carácter de su modelo. Como en el caso del retrato de Rafael de Vargas, Emilio Sala opta por un fondo neutro sobre el que recortar las figuras, aunque no resulte un telón de fondo oscuro como en sus primeros retratos de juventud. No obstante, mientras que suponemos la pose inestable del retrato masculino, posiblemente acodado sobre una de sus piernas flexionada sobre algún elemento mobiliario que desconocemos, pues todo se encuentra fuera de plano, María Semprún se presenta reciamente sentada sobre un cómodo diván, del que observamos dos mullidos almohadones con alegre decoración floral.     


Doña María Semprún y Pombo (Valladolid, 1860 – c. 1946) en torno a sus 45 años
© Del autor, 2019
 
Sala nos presenta a María Semprún y Pombo en los preliminares de algún acto social en el que brillará por su refinado atuendo a la francesa, con amplio vestido negro, animado por un generoso escote, que la modesta modelo disimula con amplio prendedor floral. El cuello, donde se aprecian ya los efectos de una larga vida de comodidades, se engalana con una amplia gargantilla en cuello de cisne de brillantes y perlas, sobre el que se ofrece el rostro maquillado de la modelo, con el pelo en amplio recogido como corresponde al gusto en peluquería para las mujeres de su edad, que sin embargo remata en un juvenil prendido a la moda de oscuras plumas embridadas en su base por amplios adornos florales en raso salmón. La pretensión de una pose casual nos la ofrece el amplio abrigo con el que saldrá a tomar la berlina que la conduzca al teatro, casino o residencia de amistades para la que se ha arreglado, con amplias mangas de jamón, solapas con ribete negro y prendedores en lazo y, finalmente, una pequeña torera con los ribetes y cuello en piel, en correspondencia con los extremos de sus mangas. El pálido azul del abrigo anima el oscuro fondo del vestido, muy en la línea de la paleta de colores que dominaba estas composiciones femeninas, al que añade distinción de clase las manos enguantadas y el abanico isabelino, que se encuentra aún cerrado en una de sus manos. Todo el atrezzo necesario al rígido estereotipo decimonónico de una mujer madura, burguesa y casada en el juego social de la época en la que le correspondió vivir. 

 

Rostro de María Semprún y Pombo

Sin embargo, una sola nota parece discordante en esta sinfonía de formas y colores, la dura mirada que nos sostiene María Semprún desde su estrado, en ausencia de una pose que agrade o pretenda ser empática con el espectador. En este sentido, la declaración de los familiares nos confirmaron su fuerte carácter, tal y como la representó Emilio Sala, el de una mujer que no se amedrentó ante ninguna circunstancia con la que se enfrentó como esposa de militar, incluso demostrando mayor disciplina, fortaleza de genio y entereza que su esposo, acertando completamente el pintor en el sentido de excepción en la presentación de sus carácteres que antes apuntamos. Así, me parece pertinente el mostrarles este ejemplo de identificación entre los retratos femeninos presentes en la exposición permanente del Museo de Málaga. Genio y figura que recuperamos de entre sus historias, completamente insospechada si nos atenemos a la primera impresión de extrañeza que nos puede causar su visualización discordante entre tan pomposo atuendo y un semblante tan adusto, que lo transmuta en ridículo disfraz en la hoguera de las vanidades decimonónicas.


Bibliografía:

DÍEZ, José Luis, Pintura española del siglo XIX, del Neoclasicismo al Modernismo, Madrid, Ministerio de Cultura, 1992, nº cat. 41, pp. 164-165.
DÍEZ, José Luis (Dtor científico). Pintura del siglo XIX en el Museo del Prado, Catálogo General, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2015, p. 533.
PALOMARES SAMPER, José Ángel, Fabulaciones sobre la mujer. La imagen femenina en las colecciones del Museo de Málaga [Catálogo Exposición Museo de la Autonomía de Andalucía, Coria (Sevilla), 10 de diciembre de 2009 – 28 de febrero de 2010], Sevilla, Centro de Estudios Andaluces, Consejería de la Presidencia, Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, 2009, pp. 40-41.
REYERO, Carlos, Fortuny o el arte como distinción de clase, Madrid, Cátedra, 2017.  
RIAÑO, Peio H., Las invisibles. ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres?, Madrid, Capitán Swing Libros, 2020.