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martes, 7 de mayo de 2019

Un rincón veneciano en el Museo de Málaga cincuenta años después...



Rincón veneciano en la unidad expositiva del paisaje decimonónico en el Museo de Málaga
© Del autor, 2019


Recordemos unas palabras de Rafael Caffarena Robles de un martes 25 de octubre de 1968, deambulando por las salas del Museo Provincial de Bellas Artes de Málaga de la calle San Agustín y seducido por el rincón veneciano donde se exhibían las obras de Antonio Reyna Manescau (Coín, Málaga, 1859 - Roma, 1937), unidad expositiva que en aquellos años presidía su autorretrato. En torno a la intensa experiencia vivida, Caffarena reflexionó: Es indudable que Málaga no ha agradecido aún al pintor Reyna su labor en forma pública y ostensible. Pero es de esperar que, con el nombre a una calle y algo más, se le tribute el homenaje que merece su personalidad artística y su devoción a la tierra natal, que fue bien acreditada ante los que tuvimos la suerte de conocerle personalmente. Era don Antonio Reyna un ejemplo de malagueñismo y de bondad, un caballero y un artista de los pinceles que honraba a su patria chica


Autorretrato [Roma, 1918]. Óleo sobre lienzo, 46,50 x 37,00 cm. Museo de Málaga
© Del autor, 2019.


La actual valoración de tan singular pintor es más halagüeña, donde no ha sido menor la labor desarrollada desde su localidad natal por la Fundación García Agüera y la proyección, junto a su municipal Concejalía de Cultura, del Centro Antonio Reyna Manescau. Así, la decidida apuesta local y la presentación de un nuevo rincón veneciano que retorna a presidir su autorretrato en el Museo de Málaga, en su sede remozada del Palacio de la Aduana, actualizan las palabras de Rafael Caffarena tanto en el reconocimiento de don Antonio como pintor dotado de una especial maestría en el tratamiento de la luz y del color a través de una pincelada ajustada y diestra, como en el ejercicio de un malacitanismo en tierras italianas que subrayan todos aquellos testimonios de quienes lo trataron. 

Suele afirmarse que nadie es profeta en su tierra, pero a la postre Antonio Reyna Manescau lo es en su próximo CLX aniversario de su nacimiento en la calle Santa María de Coín el 5 de diciembre de 1859. Hijo de Francisco Reyna Zayas y de Matilde Manescau Ostman, el joven artista comenzó su formación en la Escuela de Bellas Artes de la capital provincial como alumno primero de Bernardo Ferrándiz, de quien aprende una técnica minuciosa y el empleo de una iluminación brillante de corte fortuniana, y de Joaquín Martínez de la Vega después, de quien llama la atención la pericia en deshacer la pincelada en rápidos apuntes que dotan a sus personajes de la verosimilitud de los mejores modelos de los Madrazo. No pasó desapercibido en el activo ambiente artístico malagueño de la segunda mitad del siglo, donde tan efervescente fue el mecenazgo de su enriquecida alta burguesía como la nómina de jóvenes promesas artísticas locales que la nutría, lo que le granjeó el apoyo de la Diputación Provincial con la concesión de una pensión romana en 1882. 

Instalado en la Ciudad Eterna, el joven compartió animadas tertulias en cafés con los pensionados estatales José Moreno Carbonero, Antonio Muñoz Degrain o Hermenegildo Estevan y Fernando, como con otros artistas españoles que se daban cita en el concurrido estudio del sevillano José Villegas Cordero, lo que amplió su formación personal y profesional en el sentido de un elegante cosmopolitismo. De estas fechas son los dos primeros envíos de pensionado, hoy propiedad de la corporación provincial: Disputa del Santísimo Sacramento [Roma, mayo 1883], una reinterpretación de las decoraciones al fresco de la Stanza della Signatura realizadas por Rafael en los palacios vaticanos; y la original composición José en la cisterna [Roma,1884]. Los siguientes cuatro envíos de pensionado a Málaga no se conservan, al terminar paradójicamente calcinados en el incendio del Palacio de la Aduana en el año 1922, espacio donde hoy volvemos a ver exhibidas obras del maestro. A finales del segundo lustro de la década de los ochenta, Reyna comenzó a realizar viajes por Italia, descubriendo el atractivo plástico de la ciudad de los canales, cuyo fruto más acabado fue la acuarela veneciana que incluyó en el álbum colectivo que la Escuela de Bellas Artes de San Telmo envió en 1888 a la Exposición Vaticana conmemorativa del jubileo sacerdotal del Papa León XIII, con la que la corporación obtuvo una memorable Medalla de Oro.  

Seducido por la belleza urbana y la luz venecianas, Reyna Manescau comenzó a frecuentarla con asiduidad en escapadas estivales y a integrarse en la colonia formada por pintores españoles en la ciudad, caso de Martín Rico y Ortega, Rafael Senet Pérez o José Jiménez Aranda. Al fallecimiento de Mariano Fortuny, Jiménez Aranda se convirtió en uno de los pintores más cotizados en este género de gran predicamento comercial, lo que quizás instó al pintor malagueño a dedicarse con pasión a este tipo de obras en pequeño y mediano formato como fácil salida al mercado artístico de su producción, lo que no disminuye un ápice la calidad y capacidad del artista en su confección, de la que a la postre es uno de sus más reconocidos y cotizados pintores, como ya manifesté en mi colaboración con Raquel Sigüenza en un reportaje para la revista de subastas Siglo XXI de julio de 2009 sobre el vedutismo veneciano de la escuela española decimonónica, muy presente en los circuitos comerciales del arte. 

Aunque no fue asiduo a las españolas Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, si obtuvo una elogiada medalla de Tercera Clase en la celebrada en el año 1887 con la obra de ambientación pompeyana Floralia, que no solo adquirió el Estado con destino en el Museo Nacional de Arte Moderno, depositado en Barcelona y en paradero desconocido desde la Guerra Civil, sino que convenció a la corporación provincial en la pertinente prórroga de su pensión durante dos años más. Fue a finales de dicha década cuando Antonio Reyna se enraizó en su nuevo país de acogida, al contraer matrimonio con la cantante de ópera Beatriz Mililotti Desantis y de forma definitiva con el nacimiento de su única hija, María Matilde Reyna Mililotti el 4 de agosto de 1889. 


Firma de ‘A, Reyna / 1918’ de su Autorretrato en el Museo de Málaga
© Del autor, 2019

La década de los noventa consolida su prestigio nacional, principalmente por el encargo que le realizó el Ateneo madrileño en 1895 de participar en la decoración de las sobrepuertas de algunas de sus salas, que le valió por Real Decreto de 5 de octubre de ese año el nombramiento de Caballero de la Real Orden de Carlos III, otorgado en nombre de Alfonso XIII por la reina regente María Cristina. No obstante, el reconocimiento español no tuvo parangón con el predicamento artístico que fue adquiriendo paulatinamente en Italia durante el primer cuarto del siglo XX cuando, tras el regreso a España de José Villegas, fue Antonio Reyna el beneficiado entre los pintores españoles que más buscaron los marchantes y coleccionistas italianos. Continuaron siendo constantes sus estancias venecianas, donde acudía a las tertulias organizadas por Cecilia de Madrazo, viuda de Fortuny, en su palacio Martinegno della Palle y la compulsiva realización de numerosas vistas, algunas de las que hoy forman parte de las conservadas en el Museo de Málaga. 


Según información de José Luis Estrada Segalerva, su triunfo fue incuestionable cuando el cardenal Vannutelli le encargó el retrato del pontífice Benedicto XV en el año 1915. El éxito fue tan notorio que realizó dos retratos más con destino en los palacios vaticanos, así como la ejecución del retrato del cardenal Isidro Gomá, Primado de España y Arzobispo de Toledo entre 1933 y 1940, para su instalación en la iglesia romana de San Pietro in Montorio, de la que era cardenal presbítero. Una de sus últimas estancias en Málaga se fecha en torno al año 1928, cuando recibió el nombramiento de académico correspondiente por Roma de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, antes de su fallecimiento en la capital italiana el día 3 de febrero de 1937.  


Conjunto de una selección de las vistas venecianas adquiridas por el Estado en 1960, Museo de Málaga
© Del autor, 2019


La historiografía artística española ha destacado a Antonio Reyna, junto a sus compañeros Rafael Senet y Martín Rico, como el representante más característico del preciosismo luminista que dominó la producción de paisajes venecianos en el rico mercado burgués del arte a finales del siglo XIX y principios de la siguiente centuria, cuya clientela se veía ampliamente complacida con estas decorativas vistas o panorámicas en mediano y pequeño formato, para la que se emplearon las más variadas técnicas y los materiales plásticos más diversos. Por otra parte, la producción realizada durante el primer cuarto del novecientos se caracteriza por un gran virtuosismo técnico, sin aventurarse en experimentaciones plásticas o en dejarse seducir por liberalidades artísticas que no asegurarían su comercialización, manteniendo así ese paisajismo preciosista como valor seguro de mercantilización. Precisamente, la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Educación y Ciencia decidió la adquisición por Orden Ministerial de 30 de diciembre de 1960 con destino en el Museo de Bellas Artes de Málaga de un nutrido conjunto de pequeños apuntes venecianos de Antonio Reyna Manescau, de los que María Matilde Reyna Mililotti tenía depositados en el anticuario de los herederos de J. Cano, con comercio en la popular calle de la Carrera de San Jerónimo, 39 de Madrid. Este excepcional conjunto de pequeños cartones al óleo, pintados en torno a 1911, fueron los principales integrantes del rincón veneciano admirado por Cafferena y de los que dio cuenta María Teresa Pérez Aguilera, en el mismo año, desde el Servicio de Información Artística, Arqueológica y Etnográfica tras su ingreso en el Museo a principios del año 1962. 



Seis vistas de los canales venecianos en formato alargado de 28,50 x 17,80 cm.
© Del autor, 2019.


Estos pequeños retazos de los rincones más característicos de la ciudad de la laguna, algunos reconocibles a simple vista de entre sus panorámicas urbanas más populares y otros menos transitados de entre los recónditos espacios de una ciudad viva, responden a rápidos apuntes de intensa iluminación en formatos que rondan una escasa veintena de centímetros, ya sean alargados o apaisados. Son pequeñas postales de encuadre muy cuidado, que mediante pinceladas cortas y precisas van construyendo ante nuestros ojos los reflejos de sus canales, las pétreas fachadas fínamente labradas y un paisanaje que, ajenos a la pose, acuden a la cita de don Antonio, todo ello bajo la limpia atmósfera luminiscente que presta a las composiciones su aspecto más preciosista. 



Canal de la Giudeca, La Laguna y La iglesia de San Pablo en Venecia, apaisados 16,80 x 27,20 cm
© Del autor, 2019


Iglesia de San Marcos y dos vistas de canales venecianos, apaisados 17,00 x 27,20 cm
© Del autor, 2019


Este nutrido conjunto integró la espina dorsal de la exposición que entre los días 6 y 15 de octubre de 1969 se le dedicó en el malagueño Museo Provincial de Bellas Artes, patrocinada por la Obra Cultural de la Caja de Ahorros Provincial de Málaga en torno al primer centenario de su nacimiento. Las cincuenta y ocho obras que reunió la muestra tuvieron su máxima concentración en las procedentes de administraciones e instituciones públicas malagueñas, acpmpañadas por el generoso préstamo de familiares del pintor y coleccionistas malagueños, destacando la presentación de un interesante boceto de su desaparecida Floralia (óleo sobre lienzo, 73,50 x 34,00 cm), en colección particular. 

Ficha para la confección de la cartela del boceto Floralia en la exposición de 1969 en el Museo de Bellas Artes de Málaga
© Del autor, 2012

Canal de Sant’Angelo, Santa María de Giglio y Canal veneciano, apaisados 35,00 x 75,00 cm
© Del autor, 2019


Similar empeño demuestra en otras tres obras de mayor formato que se han sumado en distintos momentos a los fondos del Museo de Málaga, caso del Canal de Sant’Angelo y la vista de Santa María de Giglio, sendas obras apaisadas de mediano formato que fueron directamente adquiridas a la hija del pintor por Orden Ministerial de 14 de mayo de 1957, pocos años antes del conjunto ya presentado; y la donación en el año 2010 de una Vista de Venecia a la Junta de Andalucía con destino en el Museo de Málaga, hasta entonces propiedad de sus sobrinas Dolores y Matilde Jiménez Reyna en Málaga. Las tres panorámicas presentan una composición apaisada, dominada por una línea de cota marina que organiza las masas de color entre los reflejos sobre las cristalinas superficies líquidas de las construcciones dispuestas en ordenadas masas sobre ella, animando las tranquilas aguas de los canales con embarcaciones que llamean con sus cálidos velámenes las mediterráneas aguas del norte italiano. El virtuosismo plástico de las dos primeras composiciones en pendant se sustenta en torno a una ligera brisa que encrespa las superficies de los canales, provocando la ligera distorsión de sus reflejos en cortas pinceladas a veces construidas a modo de pequeñas escamas. Frente a éstas, la vista recién incorporada a la colección presenta una composición más valiente en el empleo de un estricto punto de fuga que presentan las construcciones domésticas de su lateral izquierdo hasta perderse en preñado caserío a lontananza, abruptamente contrapuestas a una masa vegetal difusa y casi abstractiva, bajo la que se recorta en diestro escorzo una barca sólidamente varada en las remansadas aguas con la inmovilidad propia de un embalsado estanque, donde ni la más ligera corriente empaña el perfecto efecto de sus reflejos. 


Canal de Sant’Angelo. Museo de Málaga, colección estable
© Del autor, 2019



Canal veneciano, Museo de Málaga, colección Junta de Andalucía
© Del autor, 2019


 La nueva presentación museológica en la sede del Palacio de la Aduana nos evoca las palabras cincuentenarias de Rafael Caffarena, invitación al tránsito pausado por rincones expositivos donde perderse en el remanso de sus vistas, dejándonos seducir por el stendhaliano encanto de sus distintos géneros pictóricos, la percia técnica y la sensibilidad artística de sus autores, que reúne a la perfección el elegante vedutismo veneciano de don Antonio, quien seguramente nos observa complacido desde su autorretrato, al que deseamos ofrecer un discreto y venerable saludo.


In memoriam … al compañero y amigo Pancho.
 
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