Si nos situásemos ante una obra de
Andrés Pardalé y Heredia, escasa sería la sensación de que nos encontramos con
un representante del círculo de pintores malagueños activo entre el último
cuarto del siglo XIX y el primero del XX. Es una evidencia que existen mayores
referencias bibliográficas y estudios histórico-artísticos que lo vinculan con
el círculo hispalense de pintores a caballo entre el eclecticismo académico y
el realismo naturalista, que subraya el hecho del mayor número de obras
presentes en museos, colecciones públicas y privadas sevillanas y que su
biografía, estética y temática tratada se relacionen con un hispalismo castizo,
que lo aleja de la estética y los géneros más habituales en la pintura en
Málaga para el mismo período.
No obstante, Andrés Parladé y
Heredia nació en Málaga el 1 de junio del año 1859 en el seno de una familia
acomodada, con recias reminiscencias nobiliarias pues ostentó, como destacado y
orgulloso blasón, el título de conde de Aguiar, con el que incluso fue conocido
en el mundo artístico de su tiempo. Su inclinación por las artes debió
de manifestarla a edad temprana en su Málaga natal y, tanto Antonio Cánovas
(Madrid, 1908) como Francisco Cuenca (La Habana, 1923), lo relacionan con el
magisterio de José Moreno Carbonero (Málaga, 1858 - Madrid, 1942). Este hecho
nos parece poco verosímil por ser pintores estrictamente coetáneos, lo que no
supone más que una proximidad entre ambos en sus años de formación junto a la
figura central de Bernardo Ferrándiz y Badenes (El Cañameral, Valencia, 1835 –
Málaga, 1885), quien creo influyó en la plástica de ambos pintores en estos
primeros años. Sí me parece más verosímil que Parladé tuviese una admiración
especial por el magistral talento de su compañero y se declarase seguidor, cuya
inclusión en la historiografía al uso debió de sustentarse sobre su
presentación a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes en fecha temprana declarándose
alumno de Moreno Carbonero, sentido que creo debemos dar al dato del magisterio
que señala en su estudio Bernardino de Pantorba.
“Retrato de torero” [Olmedito, 1911]. Óleo sobre lienzo, 131,00 x 081,00
cm. Museo de Málaga, nº reg. BA/CE00430.
© foto 2016, José Ángel Palomares
Samper.
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Por decisión familiar, el joven
pintor se trasladó a Sevilla para cursar estudios de abogacía en su Universidad
de Derecho, mientras su formación artística anclada en una fuerte vocación
continuó bajo el magisterio de Manuel Wssel de Guimbarda (La Habana, Cuba, 1933
– Cartagena, 1907). Sus estudios legales no fueron del agrado del joven pintor,
lo que determinó su dedicación exclusiva a la pintura desde 1882 y su deseo de
adquirir una sólida formación. En la línea que recordaba de Ferrándiz y Moreno
Carbonero, Parladé dedicó algunos años de juventud al estudio de las
principales corrientes artísticas europeas, cuyo pulso tomó en el taller parisino
de León J-F Bonnat (Bayona, Francia, 1833 – Monchy-San-Éloi, Francia, 1922),
uno de los pintores franceses de mayor prestigio en España y maestro de gran
parte de los principales pinceles hispanos del período analizado. Esta etapa de
formación en el extranjero, que podemos datar entre 1883 y 1891, continuó con su
residencia en Roma y alguna estancia marroquí.
Su carrera profesional la inicia
oficialmente con la obtención de medalla de Tercera Clase en la madrileña Exposición
Nacional de Bellas Artes de 1884, gracias a una composición casi inspirada en
los mismos episodios gladiatorios romanos de su admirado José Moreno Carbonero:
“Gladiadores victoriosos ofreciendo las armas a Hércules guardián”, ejecutado
ese mismo año en Roma y adquirido por el Estado con destino al Museo Nacional de Arte
Moderno, hoy depositado por el Museo Nacional del Prado en la Universidad de
Zaragoza. La composición de Parladé fue posterior en dos años a la ejecución de
“Gladiadores” por Moreno Carbonero, primer envío de pensionado a la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando y en las colecciones nacionales desde
el año 1883, una obra de precisión anatómica más acertada y mayor destreza en
el empleo de luces y los efectos que ésta produce sobre las distintas
superficies representadas, no en balde en esa misma convocatoria nacional José Moreno
Carbonero obtuvo medalla de Primera Clase por “La conversión del duque de
Gandía”, a la vez que fue la última ocasión en la que concurrieron obras de
Ferándiz, Moreno y Parladé.
Los iniciales éxitos que le
procuró la pintura de historia, le animaron a enfrentar otros episodios con
mayor empeño, caso de la “Entrega del trofeo de la batalla del Salado al Papa
Benedicto XII en Avignon” con nueva medalla de tercera clase en la siguiente
celebrada en 1887, galardón en los que coincidió con obras de los también
malagueños o adscritos a su círculo Joaquín Luque Roselló, Enrique Simonet y
Lombardo y Pedro Sáenz y Sáenz, y nuevo galardón en Londres (1888). En la
siguiente nacional del año 1890, Palardé presentó “El compromiso de Caspe”, que
le supuso una decepción en este certamen pero no así en Berlín, donde obtuvo Medalla
de Oro al año siguiente. Por último, mencionar su gran composición histórica final,
la “Jornada de Pavía”, con la que concurrió a la exposición de 1892 con una
ínfima mención honorífica equivalente a medalla de Tercera Clase, de la que
quedó resarcido por el galardón obtenido en Dresde. A partir de este año, su
presencia en las exposiciones nacionales se distancian y cambia el género con
el que concurrirá, abandonando la pintura de historia que dominó el estilo
académico ecléctico de esta primera etapa, de sólida formación en el dibujo y
paleta contenida en la línea de los grandes maestros barrocos españoles.
Tras su regreso a España, se
afincó definitivamente en Sevilla con la que desarrolló profundos vínculos
emocionales y profesionales, dedicándose intensamente a su producción artística
y científica en el terreno de la salvaguarda y difusión patrimonial. El 2 de
marzo de 1902 fue recibido como académico de número por la Real Academia de
Santa Isabel de Hungría, para más tarde ser designado correspondiente de la de
San Fernando, alcanzando la presidencia de la Comisión Provincial de Monumentos
Histórico-Artísticos de Sevilla y el nombramiento de Delegado Regio en Bellas
Artes para la misma ciudad. Hoy es también recordado por ejercer el cargo de
delegado-director de las excavaciones de Itálica, de las que publicó:
“Excavaciones en el Anfiteatro de Itálica. Memoria de los trabajos realizados
en 1920-1921” (Madrid, Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, 1921) y
“Excavaciones en Itálica. Campañas de 1925 a 1932” (Madrid, Junta Superior de
Excavaciones y Antigüedades, 1934), publicada después de su fallecimiento en
Sevilla el 4 de octubre de 1933.
En su producción pictórica ya
hemos expuesto los logros de Parladé en la senda del eclecticismo academicista de
los años de formación y obtención de un nombre entre los pintores españoles de
éxito en su momento, que evolucionó hacia un realismo naturalista dominado por
otras composiciones, especialmente la pintura de costumbres y el retrato, donde
alcanzó una mayor libertad en su pincelada y una paleta más brillante y
colorista. No obstante, Parladé fue un pintor de recio oficio anclado en el
predominio del dibujo y contenida paleta sobre las veleidades de luz y color,
muy del gusto de una clientela más anclada en la tradición que la burguesía
comercial y cosmopolita malagueña. En los temas taurinos, que nos ocuparán esta
última parte del presente estudio, esta línea marca un amplio arco de matices locales
entre las escenas taurinas sevillanas del conde de Aguiar y las malagueñas de
José Denis Belgrano (Málaga, 1844 - 1917).
Amante del arte de la tauromaquia,
las composiciones que dedicó al mundo de la lidia fueron recurrentes,
especialmente en el primer tercio del siglo XX, coincidiendo con un contundente
afianzamiento del espectáculo taurino como fiesta nacional entre todas las
capas sociales del país. Prueba de ello puede ser el álbum de láminas taurinas
que la Real Maestranza de Caballería de Sevilla regaló a la reina Victoria
Eugenia con motivo de su real estancia en la ciudad en 1908, cuya quinta
composición la realizó con esmero el conde de Aguiar, con el tema de las cañas
reales con las que obsequió la Real Maestranza a Felipe V e Isabel de Farnesio en
la ciudad de Sevilla en 1792. La presencia en las exposiciones locales y provinciales
sevillanas entre los años 1916 y 1923 estuvieron presididas por numerosas
composiciones taurinas, especialmente retratos de toreros, picadores o
banderilleros presentados como héroes de la lidia.
Las composiciones taurinas del conde de Aguiar no representan las tendencias del género más al uso en el círculo sevillano mismo y en el resto de núcleos nacionales, ya que se centran especialmente en la presentación de los protagonistas masculinos de la lidia, individualizados y habitualmente descontextualizados si no fuese por el preciosismo de sus trajes de luces. El personaje es representado en la mejor tradición del retrato barroco español, en la línea de la vena brava de nuestra pintura que descarna a los personajes en sus concretas fisonomías aunque sean escasamente agraciadas, pero mantiene intacta la dignidad del personaje que domina con su presencia la composición, adoptando una pose natural no exenta del control del espacio representado e investido de toda la indumentaria propia de su papel social y el concreto lugar que ocupa: en la lidia desde el heróico torero al rústico picador .
La galería más completa de obras
taurinas de Andrés Parlardé la integran los fondos depositados en el Museo de
Artes y Costumbres Populares de Sevilla, procedentes del magnífico palacete que
poseyó en la capital hispalense el conde de Aguiar, con extensas colecciones
de obras propias, esculturas, cerámica y muebles que fueron en gran parte
donadas al Museo de Bellas Artes de Sevilla para la instalación de una sala con
su nombre.
Frente a este extenso conjunto, el
Museo de Málaga conserva uno de los retratos más antiguos de la presente serie,
suponemos que retrato de Olmedito, según la dedicatoria firmada por el autor en
1911. Por la presentación del personaje y las características estilísticas de
la obra, el referente más cercano es el de “Ricardo Torres, Bombita”, ya que en
ambos casos se presenta al torero enhiesto, en tres cuartos y posición lateral,
con la cabeza girada para mirar directamente al espectador, aunque a diferencia
de la poca apostura de Olmedito y su escaso atractivo físico, Bombita luce más
galante con su mano izquierda chulescamente apoyada en la cadera y el capote de
paseo sobre su hombro, en bandolera. Además, los destellos dorados del traje tabaco
y oro de Bombita entonan y resaltan mejor sobre el uniforme fondo oscuro que el
traje grana y oro de Olmedito, sobre fondo grisáceo y desvaído.
El retrato del escasamente
conocido Olmedito supone la incorporación a los fondos del museo malagueño de
un autor heterodoxo entre el círculo de pintores locales de la segunda mitad
del siglo XIX y primer tercio del XX, en muchos casos coincidente con otros
miembros de su círculo en los años de formación y divergente por simbiosis con
un medio físico, social, económico y cultural distinto durante sus años de madurez.
No solo hablamos del estricto determinismo del medio sobre el artista, o de una
lectura desde el materialismo marxista de la producción de Parladé y Heredia,
sino también de la personalidad de un autor que con férrea voluntad se enraizó de
tal modo en la vida sevillana que hemos perdido memoria de su vinculación
malagueña, ajeno a los complejos intereses que obstinadamente se empecinan en
hacer malagueño a un pintor con menos años de estancia en Málaga.
Biografía:
CÁNOVAS VALLEJO, A., Apuntes para un diccionario de pintores
malagueños del siglo XIX, Madrid, 1908, p. 56.
CUENCA, Francisco, Museo de pintores y escultores andaluces contemporáneos, con
prólogo de Francisco Villaespesa, La Habana, 1923, pp. 55-56.
GODOY ROLLÓN, Dionisio, Artistas andaluces en las Exposiciones
Nacionales de Bellas Artes (1856-1936), Málaga, Fundación Unicaja, 2009.
PANTORBA, Bernardino de, Historia y crítica de las Exposiciones
Nacionales de Bellas Artes celebradas en España, Madrid, 1980, p. 454, s.v.
Parladé y Heredia, Andrés (Conde de Aguiar).
ROMANO, Julio, “Los palacios de arte
sevillano. Las colecciones de cerámica y los cuadros y esculturas del conde de
Aguiar”, La Esfera, Madrid, 14 de junio de 1930.
VV.AA., Aguiar. Otro csstumbrismo, Sevilla, Consejería de Cultura, 2008.
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