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viernes, 10 de junio de 2016

Andrés Pardalé y Heredia (Málaga, 1859 –Sevilla, 1933) y los héroes de la lidia.





Si nos situásemos ante una obra de Andrés Pardalé y Heredia, escasa sería la sensación de que nos encontramos con un representante del círculo de pintores malagueños activo entre el último cuarto del siglo XIX y el primero del XX. Es una evidencia que existen mayores referencias bibliográficas y estudios histórico-artísticos que lo vinculan con el círculo hispalense de pintores a caballo entre el eclecticismo académico y el realismo naturalista, que subraya el hecho del mayor número de obras presentes en museos, colecciones públicas y privadas sevillanas y que su biografía, estética y temática tratada se relacionen con un hispalismo castizo, que lo aleja de la estética y los géneros más habituales en la pintura en Málaga para el mismo período.

No obstante, Andrés Parladé y Heredia nació en Málaga el 1 de junio del año 1859 en el seno de una familia acomodada, con recias reminiscencias nobiliarias pues ostentó, como destacado y orgulloso blasón, el título de conde de Aguiar, con el que incluso fue conocido en el mundo artístico de su tiempo. Su inclinación por las artes debió de manifestarla a edad temprana en su Málaga natal y, tanto Antonio Cánovas (Madrid, 1908) como Francisco Cuenca (La Habana, 1923), lo relacionan con el magisterio de José Moreno Carbonero (Málaga, 1858 - Madrid, 1942). Este hecho nos parece poco verosímil por ser pintores estrictamente coetáneos, lo que no supone más que una proximidad entre ambos en sus años de formación junto a la figura central de Bernardo Ferrándiz y Badenes (El Cañameral, Valencia, 1835 – Málaga, 1885), quien creo influyó en la plástica de ambos pintores en estos primeros años. Sí me parece más verosímil que Parladé tuviese una admiración especial por el magistral talento de su compañero y se declarase seguidor, cuya inclusión en la historiografía al uso debió de sustentarse sobre su presentación a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes en fecha temprana declarándose alumno de Moreno Carbonero, sentido que creo debemos dar al dato del magisterio que señala en su estudio Bernardino de Pantorba. 


“Retrato de torero” [Olmedito, 1911]. Óleo sobre lienzo, 131,00 x 081,00 cm. Museo de Málaga, nº reg. BA/CE00430.
© foto 2016, José Ángel Palomares Samper.

Por decisión familiar, el joven pintor se trasladó a Sevilla para cursar estudios de abogacía en su Universidad de Derecho, mientras su formación artística anclada en una fuerte vocación continuó bajo el magisterio de Manuel Wssel de Guimbarda (La Habana, Cuba, 1933 – Cartagena, 1907). Sus estudios legales no fueron del agrado del joven pintor, lo que determinó su dedicación exclusiva a la pintura desde 1882 y su deseo de adquirir una sólida formación. En la línea que recordaba de Ferrándiz y Moreno Carbonero, Parladé dedicó algunos años de juventud al estudio de las principales corrientes artísticas europeas, cuyo pulso tomó en el taller parisino de León J-F Bonnat (Bayona, Francia, 1833 – Monchy-San-Éloi, Francia, 1922), uno de los pintores franceses de mayor prestigio en España y maestro de gran parte de los principales pinceles hispanos del período analizado. Esta etapa de formación en el extranjero, que podemos datar entre 1883 y 1891, continuó con su residencia en Roma y alguna estancia marroquí.

Su carrera profesional la inicia oficialmente con la obtención de medalla de Tercera Clase en la madrileña Exposición Nacional de Bellas Artes de 1884, gracias a una composición casi inspirada en los mismos episodios gladiatorios romanos de su admirado José Moreno Carbonero: “Gladiadores victoriosos ofreciendo las armas a Hércules guardián”, ejecutado ese mismo año en Roma y adquirido por el Estado con destino al Museo Nacional de Arte Moderno, hoy depositado por el Museo Nacional del Prado en la Universidad de Zaragoza. La composición de Parladé fue posterior en dos años a la ejecución de “Gladiadores” por Moreno Carbonero, primer envío de pensionado a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en las colecciones nacionales desde el año 1883, una obra de precisión anatómica más acertada y mayor destreza en el empleo de luces y los efectos que ésta produce sobre las distintas superficies representadas, no en balde en esa misma convocatoria nacional José Moreno Carbonero obtuvo medalla de Primera Clase por “La conversión del duque de Gandía”, a la vez que fue la última ocasión en la que concurrieron obras de Ferándiz, Moreno y Parladé.  



Los iniciales éxitos que le procuró la pintura de historia, le animaron a enfrentar otros episodios con mayor empeño, caso de la “Entrega del trofeo de la batalla del Salado al Papa Benedicto XII en Avignon” con nueva medalla de tercera clase en la siguiente celebrada en 1887, galardón en los que coincidió con obras de los también malagueños o adscritos a su círculo Joaquín Luque Roselló, Enrique Simonet y Lombardo y Pedro Sáenz y Sáenz, y nuevo galardón en Londres (1888). En la siguiente nacional del año 1890, Palardé presentó “El compromiso de Caspe”, que le supuso una decepción en este certamen pero no así en Berlín, donde obtuvo Medalla de Oro al año siguiente. Por último, mencionar su gran composición histórica final, la “Jornada de Pavía”, con la que concurrió a la exposición de 1892 con una ínfima mención honorífica equivalente a medalla de Tercera Clase, de la que quedó resarcido por el galardón obtenido en Dresde. A partir de este año, su presencia en las exposiciones nacionales se distancian y cambia el género con el que concurrirá, abandonando la pintura de historia que dominó el estilo académico ecléctico de esta primera etapa, de sólida formación en el dibujo y paleta contenida en la línea de los grandes maestros barrocos españoles.

Tras su regreso a España, se afincó definitivamente en Sevilla con la que desarrolló profundos vínculos emocionales y profesionales, dedicándose intensamente a su producción artística y científica en el terreno de la salvaguarda y difusión patrimonial. El 2 de marzo de 1902 fue recibido como académico de número por la Real Academia de Santa Isabel de Hungría, para más tarde ser designado correspondiente de la de San Fernando, alcanzando la presidencia de la Comisión Provincial de Monumentos Histórico-Artísticos de Sevilla y el nombramiento de Delegado Regio en Bellas Artes para la misma ciudad. Hoy es también recordado por ejercer el cargo de delegado-director de las excavaciones de Itálica, de las que publicó: “Excavaciones en el Anfiteatro de Itálica. Memoria de los trabajos realizados en 1920-1921” (Madrid, Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, 1921) y “Excavaciones en Itálica. Campañas de 1925 a 1932” (Madrid, Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, 1934), publicada después de su fallecimiento en Sevilla el 4 de octubre de 1933. 










En su producción pictórica ya hemos expuesto los logros de Parladé en la senda del eclecticismo academicista de los años de formación y obtención de un nombre entre los pintores españoles de éxito en su momento, que evolucionó hacia un realismo naturalista dominado por otras composiciones, especialmente la pintura de costumbres y el retrato, donde alcanzó una mayor libertad en su pincelada y una paleta más brillante y colorista. No obstante, Parladé fue un pintor de recio oficio anclado en el predominio del dibujo y contenida paleta sobre las veleidades de luz y color, muy del gusto de una clientela más anclada en la tradición que la burguesía comercial y cosmopolita malagueña. En los temas taurinos, que nos ocuparán esta última parte del presente estudio, esta línea marca un amplio arco de matices locales entre las escenas taurinas sevillanas del conde de Aguiar y las malagueñas de José Denis Belgrano (Málaga, 1844 - 1917).



Amante del arte de la tauromaquia, las composiciones que dedicó al mundo de la lidia fueron recurrentes, especialmente en el primer tercio del siglo XX, coincidiendo con un contundente afianzamiento del espectáculo taurino como fiesta nacional entre todas las capas sociales del país. Prueba de ello puede ser el álbum de láminas taurinas que la Real Maestranza de Caballería de Sevilla regaló a la reina Victoria Eugenia con motivo de su real estancia en la ciudad en 1908, cuya quinta composición la realizó con esmero el conde de Aguiar, con el tema de las cañas reales con las que obsequió la Real Maestranza a Felipe V e Isabel de Farnesio en la ciudad de Sevilla en 1792. La presencia en las exposiciones locales y provinciales sevillanas entre los años 1916 y 1923 estuvieron presididas por numerosas composiciones taurinas, especialmente retratos de toreros, picadores o banderilleros presentados como héroes de la lidia. 


Las composiciones taurinas del conde de Aguiar no representan las tendencias del género más al uso en el círculo sevillano mismo y en el resto de núcleos nacionales, ya que se centran especialmente en la presentación de los protagonistas masculinos de la lidia, individualizados y habitualmente descontextualizados si no fuese por el preciosismo de sus trajes de luces. El personaje es representado en la mejor tradición del retrato barroco español, en la línea de la vena brava de nuestra pintura que descarna a los personajes en sus concretas fisonomías aunque sean escasamente agraciadas, pero mantiene intacta la dignidad del personaje que domina con su presencia la composición, adoptando una pose natural no exenta del control del espacio representado e investido de toda la indumentaria propia de su papel social y el concreto lugar que ocupa: en la lidia desde el heróico torero al rústico picador . 


La galería más completa de obras taurinas de Andrés Parlardé la integran los fondos depositados en el Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla, procedentes del magnífico palacete que poseyó en la capital hispalense el conde de Aguiar, con extensas colecciones de obras propias, esculturas, cerámica y muebles que fueron en gran parte donadas al Museo de Bellas Artes de Sevilla para la instalación de una sala con su nombre.   


Frente a este extenso conjunto, el Museo de Málaga conserva uno de los retratos más antiguos de la presente serie, suponemos que retrato de Olmedito, según la dedicatoria firmada por el autor en 1911. Por la presentación del personaje y las características estilísticas de la obra, el referente más cercano es el de “Ricardo Torres, Bombita”, ya que en ambos casos se presenta al torero enhiesto, en tres cuartos y posición lateral, con la cabeza girada para mirar directamente al espectador, aunque a diferencia de la poca apostura de Olmedito y su escaso atractivo físico, Bombita luce más galante con su mano izquierda chulescamente apoyada en la cadera y el capote de paseo sobre su hombro, en bandolera. Además, los destellos dorados del traje tabaco y oro de Bombita entonan y resaltan mejor sobre el uniforme fondo oscuro que el traje grana y oro de Olmedito, sobre fondo grisáceo y desvaído. 


El retrato del escasamente conocido Olmedito supone la incorporación a los fondos del museo malagueño de un autor heterodoxo entre el círculo de pintores locales de la segunda mitad del siglo XIX y primer tercio del XX, en muchos casos coincidente con otros miembros de su círculo en los años de formación y divergente por simbiosis con un medio físico, social, económico y cultural distinto durante sus años de madurez. No solo hablamos del estricto determinismo del medio sobre el artista, o de una lectura desde el materialismo marxista de la producción de Parladé y Heredia, sino también de la personalidad de un autor que con férrea voluntad se enraizó de tal modo en la vida sevillana que hemos perdido memoria de su vinculación malagueña, ajeno a los complejos intereses que obstinadamente se empecinan en hacer malagueño a un pintor con menos años de estancia en Málaga. 




Biografía:
CÁNOVAS VALLEJO, A., Apuntes para un diccionario de pintores malagueños del siglo XIX, Madrid, 1908, p. 56.
CUENCA, Francisco, Museo de pintores y escultores andaluces contemporáneos, con prólogo de Francisco Villaespesa, La Habana, 1923, pp. 55-56.
GODOY ROLLÓN, Dionisio, Artistas andaluces en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes (1856-1936), Málaga, Fundación Unicaja, 2009.
PANTORBA, Bernardino de, Historia y crítica de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes celebradas en España, Madrid, 1980, p. 454, s.v. Parladé y Heredia, Andrés (Conde de Aguiar).
ROMANO, Julio, “Los palacios de arte sevillano. Las colecciones de cerámica y los cuadros y esculturas del conde de Aguiar”, La Esfera, Madrid, 14 de junio de 1930.
VV.AA., Aguiar. Otro csstumbrismo, Sevilla, Consejería de Cultura, 2008.

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