Plaza de Riego [Málaga, 1969]. Óleo
sobre lienzo, 71,00 x 90,00 cm. Museo de Málaga.
© Del autor.
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La
nómina de pintoras representadas en los fondos del Museo de Málaga se nutre de
algunas firmas de entre las más populares en la España del Desarrollismo que,
desde finales de los sesenta y durante la década de los setenta, hicieron del
litoral malagueño un referente nacional en la modernidad que procuraba el
turismo de sol y playa. En esa nueva etapa, que preludiaba en visión actual el
fin del régimen militar por el advenimiento de una democracia en transición
tutelada por los poderes internacionales, en una vía bien distinta a la
incierta revolución portuguesa, se deslizaba una fresca y amable visión nacional que
procuraba la corriente naif y
que tuvo en nuestro suelo numerosos y destacados artífices.
El
Museo de Málaga cuenta con un interesante óleo de la pintora Mari Pepa Estrada,
figura femenina central en la vida cultural malagueña de aquellos años tanto
por su actividad artística como por la literaria, a lo que suma la maternidad
de uno de los poetas y dramaturgos más genuino y esencial de la
contemporaneidad nacional: Rafael Pérez Estrada (Málaga, 1934 – 2000). Fascinante
nos resulta esta ingenua obra que se incardina en la íntima relación existente
entre la biografía de la popular pintora y su producción plástica, donde recrea
un mundo arcádico que encarna la idílica imagen de una infancia y juventud
feliz con la finalidad taumatúrgica de garantizar su pervivencia frente a los
radicales cambios nacionales que se alumbran durante los años del citado aperturismo.
Los
anales nos hablan del nacimiento de Mari Pepa Estrada Segalerva en el año 1905,
aunque en numerosas entrevistas evitó coquetamente la declaración de ese
intrascendente apunte biográfico que a veces retrasó en una década, en el seno
de una de las familias más destacadas en la Málaga del primer cuarto del siglo
XX, integrada por el matrimonio del abogado y político monárquico José Luis
Estrada y Estrada (Aguilar de la Frontera, Córdoba, 1877 – Málaga, 1936) con la
malagueña Mª Luisa Segalerva Mercado (Málaga, 1873 – 1944). Educada en el mundo cómodo y seguro de una clase social de
esmerada cultura y amplio poder adquisitivo, pronto se despertó su interés por la
pintura al hilo de las tertulias culturales organizadas en su casa en torno a
la figura paterna, quien animó esta afición incluso después del matrimonio de
su primogénita. No obstante, la señorita de Estrada siempre declaró ser
autodidacta, sin asistir jamás a ninguna de las clases que para señoritas se
impartían pública o privadamente en la ciudad. Su infancia y adolescencia
transcurrieron al amparo familiar y de una corte de asistentes que trabajaban
en casa, cuyos modos de vida de esa alta burguesía de provincias fueron los
principales temas que ocuparon las composiciones artísticas de la joven
pintora, con las que fue decorando sus distintas residencias.
El
2 de diciembre de 1923 contrajo matrimonio con el médico y político local
Manuel Pérez-Bryan (Málaga, 1900 - 1958), lo que no fue óbice para que continuase
con el ejercicio de la pintura. A pesar del desagrado que al esposo le causaba,
según declaración de la autora, la actividad artística y cultural en la que
con entusiasmo se embarcaba, nunca se atrevió a manifestar públicamente esta
afición pictórica hasta la década de los sesenta, cuando su buena amiga la
pionera periodista Josefina Carabias, regresada definitivamente a España en 1967, la
animó a exponer aquellas obras de tan apreciable ingenuidad romántica,
dominadas por la gracia y el encanto de lo popular. La apreciación de la
avezada periodista sobre la producción de Estrada descubrió con ojo experto
la calidad artística que encierran sus ingenuas composiciones en la heterogénea línea de
las propuestas del difusamente definido movimiento naif, donde el
autodidactismo perseguido por sus autores como negación del academicismo
asfixiante de la espontaneidad, infantilismo y colorismo exuberante de sus
obras posee en la pintora malagueña a una exponente destacada y públicamente destacable
en un periodo floreciente de dicha corriente plástica en
España, en contacto con el deseo de presentar una imagen nacional despolitizada, menos
gris y más amable y feliz.
Su
presentación tuvo lugar en la vecina Portugal en el año 1969, donde realizó una
exposición de sus obras invitada por la embajada española en la capital
lisboeta, que repitió en la localidad de Leira, donde el Comisariado de Turismo le concedió la
Medalla de Oro. Animada por la experiencia portuguesa y bajo el patrocinio del
consistorio malagueño se presentó en su ciudad natal con una exposición individual
celebrada entre el 14 de julio y el 4 de agosto del mismo año en el Museo de
Bellas Artes de Málaga. Dos años más tarde, con el apoyo de la poeta
Carmen Conde, la misma periodista Josefina Carabias y de Susana March, se presentó
en Madrid de la mano de la Galería de Ramón Durán entre los años 1971 y 1975
con gran éxito de público. El primer lustro de los años setenta fueron de
intenso reconocimiento nacional e internacional, con exposiciones individuales
y colectivas en Alemania, Austria, Francia y Suiza, hasta la obtención de la
Medalla Picasso del Ayuntamiento de Málaga en 1974, coincidente con su
destacada popularidad local. Tras el éxito obtenido y los reconocimientos
locales, nacionales e internacionales cosechados durante los años ochenta, que la posicionaron entre los mejores artistas naifs de la segunda mitad del siglo, falleció
el 2 de agosto de 1997.
María Josefa Estrada Segalerva (Málaga, 1905 – 1997).
Instantánea de 1970.
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Su
esmerada educación, la constante forma de vida señorial que le procuró su cuna
y matrimonio y los naturales dones inherentes a su condición profundamente
femenina determinaron una actividad destacada en la producción
cultural en contacto con el mundo gastronómico y con la alta costura, de cuyos
diseños dieron buena cuenta algunos pases de modas en el malagueño hotel
Miramar. En este sentido, su producción pictórica también viene determinada por
una especial sensibilidad femenina en los temas propuestos y un orgullo de
clase que trasluce en cada una de las escenas en idílica convivencia con los
estratos más populares de la sociedad de su tiempo, obviando alguno de los
episodios más traumáticos de su vida como el fusilamiento de su padre en los
primeros instantes del estallido de la Guerra Civil española en 1936. La nada peyorativa ingenuidad de su estilo no carece de un telúrico proyecto personal que subyace en la integridad de su obra, que domina una visión del mundo amable e idealizada mediante un lirismo guasón que nos permite percibir muy distintas sensaciones y extraer lecturas muy personales sobre sus cuadros.
La
mejor crítica artística sobre su obra, que personalmente no creo podría expresar
mejor, es de la propia artista en una entrevista concedida en el año 1968 al
periodista Leovigildo Caballero. Sus cuadros son hijos de los recuerdos y
sueños que se fueron incubando entre los lápices y acuarelas que tanto le elogió
su padre. Siempre se recordó pintando, pero ¿pintar es ser artista?, se
preguntaba. Se respondía en los siguientes términos: Pintar, pintar, según
lo que se pinte. Ser artista es llevar el gusto en el alma, en el corazón, en
la mente, en el talento. Ser artista es sentir. Se puede ser pintor, según la
brocha y el tema. Y no decir nada o decirlo mal. O ser copista. O ni eso. No
tener gracia. Esa es la frase: gracia, en la que se encierran: abolengo,
estirpe, gallardía, finura, humor… Es decir, su arte siempre fue la encarnación
de recuerdos desde su atalaya de marfil con altas dosis de ingenua gracia
y fino humor, pero reivindicando la estirpe, el abolengo y los orgullosos modos
ya periclitados de su clase social. Siempre honesta consigo y con los demás, en
nueva entrevista concedida el año 1989 declaró con valiente sinceridad que su dedicación a
la pintura fue un acto entre la osadía y el mero accidente, ya que, aunque
siempre disfrutó pintando y nunca pensó dedicarse profesionalmente a ello, fue
una reparadora terapia ante la terrible añoranza de un pasado que se le
escapaba irremisiblemente entre los dedos.
Frente
a otras artistas representadas en el Museo de Málaga, Mari Pepa Estrada es la
gran señora de la pintura local entre el amateurismo y el éxito de público y
crítica obtenido, que la elevaron sobre el resto de nombres femeninos de su tiempo por
combinar una brillante personalidad cultural heterogénea y una popularidad destacada. El
constante empleo de una estética de corte naif no es más que la prueba
de la perfecta adaptación de técnica y práctica plástica autodidactas a la representación de los temas que más le interesan: un completo reportaje
icónico sobre la Málaga de su infancia, adolescencia y juventud para
rescatarlas del olvido.
El
estado adquirió para el Museo de Málaga la obra “Plaza de Riego” [Málaga,
1969], óleo sobre lienzo de 71,00 x 90,00 centímetros que presentó con el
número 41 del catálogo en la exposición individual celebrada en la institución
durante el período estival del año 1969. En la figura de Mari Pepa Estrada, por
ejercer la honestidad que hemos destacado como prenda con que adornó su persona,
sus circunstancias vitales facilitaron su irrupción en el ambiente artístico
local, en este caso incluso injustificadamente expuestas con escaso pudor en el
catálogo de la exposición celebrada en el museo malagueño por el entonces
Concejal de Cultura Rafael León, quien justificaba el patrocinio municipal de
la muestra en recuerdo de su esposo Manuel Pérez-Bryan, quien había sido
alcalde de la ciudad, y, para mayor abundamiento, coincidiendo exhibición y
adquisición con la presidencia de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo
de su hermano: José Luis Estrada Segalerva (Málaga, 1907 – 1974). No obstante,
presentamos estas circunstancias como meras anécdotas para que el lector
disponga del completo marco sobre su ingreso, sin que nos emborrone u oscurezca
la justa valoración plástica de la obra, que se incorporaba en la década de los
sesenta a las colecciones del Museo de Málaga, y sobre la que parece evidente una complejidad compositiva que supera con creces la intencionalidad del cuadro en la línea de un paisaje urbano o de una de sus habituales escenas de costumbres.
Plaza de Riego [Málaga, 1969]. Museo de Málaga.
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El
cuadro ofrece en una amplia escenografía frontal la actual Plaza de la Merced,
cuyo centro lo ocupa el enhiesto obelisco dedicado a la memoria del general
Torrijos y sus compañeros, que centra el extenso salón burgués con este
memorial catafalco diseñado por el arquitecto Rafael Mitjana e inaugurado el 11
de diciembre de 1842. La escena la cierra teatralmente la extensa fachada de
las Casas de Campos tras una exuberante arboleda, dominada por dos fornidos
ejemplares que compiten en altura con el mismo obelisco. Bajo sus copas se
desarrolla la vida cotidiana de la plaza, con niños jugueteando entre palomas y
globos, ancianos sentados en sus bancos y transeúntes ajenos a la escena
sobrenatural que sobrevuela sus cabezas, donde se conmemora el destino del
monumento en homenaje a los héroes liberales con la presentación de tres amplios
tondos con inscripciones centrales: uno en su lateral inferior y dos en el
izquierdo y derecho, todos ellos entre alegres querubines que recorren toda la
escena en su mitad superior, siendo la línea horizontal de las cubiertas de los
inmuebles del fondo la divisoria entre el mundo terrenal y el celestial. La
obra se encuentra firmada con la leyenda: Lo pintó / María Pepa Estrada /
Málaga mayo 1969, que ocupa el tondo con enmarcación laureada que centra el
lateral inferior de la obra. No podemos considerar peregrina la selección
de dicha obra por la administración pública para representar a la autora entre
sus colecciones, ni la disposición de su firma en tan considerable formato y
disposición dentro de la composición de la obra. Podríamos aventurar distintas
hipótesis sobre este último aspecto, aunque lo que parece más evidente es que
ambas aportan a la composición la categoría de capital en la producción de Mari
Pepa Estrada, donde no podemos detenernos en la supuesta ingenuidad de tan compleja
escena, de la que intentaremos extraer algunos de sus secretos arcanos.
Lo pintó / Mari Pepa Estrada / Málaga, mayo 1969.
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Las
leyendas que ocupan los tondos laureados laterales reproducen las originales
que pueden leerse en la base del monumento. La que ocupa su lateral izquierdo
reza así: A VIS-/TA DE ESTE / TEMPLO, CIU-/DADANOS, ANTES / MORIR QUE /
CONSENTIR TIRANOS, sobre la que una pareja de angelotes con flores y palmas
martiriales saludan hacia el obelisco, en la dirección en que uno, oculto
juguetón tras el tronco de uno de los enhiestos árboles centrales, porta la
bandera española; mientras que el que ocupa su lateral derecho contiene el
lema: EL / MÁRTIR / QUE TRANSMITE / SU MEMORIA, NO / MUERE, SUBE AL / TEMPLO
DE / LA GLORIA, sobre cuya cartela juguetea con unas palomas un rubio
querube, acomodado graciosamente sobre ella, mientras otro cercano en vuelo
sostiene en sus manos palma y corona laureada y escarapela con los colores
nacionales. El grupo de estas presencias celestiales lo completan tres figuras
infantiles en vuelo, portando uno la bandera española y otros dos las
tradicionales guirnaldas florales que procuran el martirologio y la fama a los
personajes a los que se dedica el monumento que rodean. La evidente teatralidad
de la composición es apreciable en la misma frontalidad de la escena, donde
inmuebles, monumento, arboleda y personajes parecen adaptarse a la
bidimensional de la ventana que nos procura el cuadro, con elementos
evidentemente construidos sin obedecer las reglas de la perspectiva, como los
pilares sobre los que se disponen amplias cráteras decorativas, que en la plaza
flanquean los accesos que se abren en la amplia cerca que la cierra hacia su
exterior y no dispuestas aleatoriamente en torno a su obelisco central. Los
infantes en vuelo, que a la periodista lusa Manuela de Acevedo le recuerdan en
su ingravidez a los empleados en sus lienzos por Chagall, presentan las
tradicionales referencias iconográficas de tantas presentaciones de gloria que
procuran el homenaje, la fama y la memoria pública a los personajes que
glorifican, en este caso los héroes liberales de la plaza mercedaria, a los que
Mari Pepa Estrada rinde en fechas políticamente tan señaladas su personal
homenaje en integración histórica nacional. No nos debe de pasar desapercibida
la osadía, por emplear sus palabras, al reproducir en amplios tondos las
leyendas del monumento con mención al heroísmo frente a la tiranía y la
justificación de ese ejercicio de glorificación a finales de la década de los
sesenta.
A vista de este
ejemplo, / ciudadanos, / antes morir que consentir / tiranos.
© Del autor.
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Obelisco central con crátera sobre pilar en composición no real.
© Del autor.
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En
la misma línea podemos valorar la capacidad documental que plasma Mari Pepa
Estrada en numerosas composiciones, en las que introduce algún extraño elemento
en ejercicio de anacronismo entre las escenas representadas, la indumentaria de
los personajes y los detalles que incluye en un excesivo deseo de
exhaustividad. Así, en su ángulo inferior derecho y sobre la fachada que
correspondería a la casa natal de Picasso reproduce una placa conmemorativa de
su natalicio, con la siguiente inscripción: En
esta casa nació / PICASSO / el 25 de octubre 1881 / recuerdo. IV Congreso /
Cooperación Internacional / celebrado en honor de / VELÁZQUEZ / (febrero de
1961). Como nos recuerda el periodista Juan Antonio Cabezas en un artículo
publicado en ABC el miércoles 14 de
junio de 1967, dicha placa se instaló en el número 15 de las Casas de Campos el
año 1961 en celebración del IV Congreso de Cooperación Internacional, celebrado
en honor de Diego Velázquez, a instancias del poeta Leopoldo Panero y del
historiador y crítico de arte Juan Antonio Gaya Nuño, como subterfugio para
sortear la oposición a la existencia de dicho recordatorio público del
nacimiento del pintor malagueño por el entonces Gobernador Civil. El ambiente
que recrea la plaza no correspondería, por tanto, con la década de los sesenta
en que se descubrió la placa, lo que aún subrayan más en extraño maridaje las tres
figuras sentadas bajo ella por sus retardatarias indumentarias, más próximas a los años del natalicio picassiano que a su público homenaje. No podemos valorar en esta obra dicho anacronismo
como un ingenuo ejercicio inocuo de la artista sino, en la misma línea apuntada
por los tondos que reproducen magnificadas las leyendas del obelisco, como la
integración en la vida de la plaza de la denostada figura por los poderes
fácticos políticos del momento con la reproducción exacta del mismo subterfugio empleado por Panero y Gaya Nuño, por otra parte nada sospechosos en esta
España de los años sesenta.
En esta casa nació / PICASSO / el 25 de octubre 1881
/ recuerdo. IV Congreso /
Cooperación Internacional / celebrado en honor de /
VELÁZQUEZ / (febrero de 1961).
© Del autor.
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Por
otra parte, la presencia de tipos populares, que tanto gusta a la pintora para
la mayoría de sus composiciones callejeras en línea doctrinal con la general estética
naif, se explicita en el personaje que canta desgañitado, acompañándose de
rasgueo de guitarra, junto a un pequeño niño desnudo, cubierto exclusivamente
por una amplia camisa blanca desabotonada y solicitando a voces la dádiva con
un minúsculo platillo petitorio. En este caso, la pintora enriquece la escena
mediante la presentación de otro de los personajes más apreciados en Málaga, el
cantaor ambulante Rafael Flores, conocido popularmente como El
Piyayo, acompañado por uno de sus numerosos nietos harapientos.
La
obra es hoy testimonio entre las colecciones del Museo no sólo de la Málaga de
antaño inmortalizada por Mari Pepa Estrada, sino de un período en la historia
de la institución y su provincia donde en un momento muy concreto se llegaron a
popularizar estéticas y autores sobre los que hoy, unos cincuenta años después,
tenemos una segura distinta percepción con la que nos mostramos injustamente
menospreciativos. Vaya esta entrada como recuperación de su memoria
artística y puesta en valor de sus mejores producciones.
Bibliografía:
AA.VV. Mari Pepa
Estrada [Sala de Exposiciones del Museo Provincial de Bellas Artes, 14 de
julio a 4 de agosto], Málaga, Museo Provincial de Bellas Artes de Málaga, 1969.
CABALLERO, Leovigildo, “Hay una deliciosa pintora en Mari
Pepa Estrada. Ni “Haif”, ni Primitivos, sino sinceridad. Sus cuadros son temas
de la infancia y de la juventud y de la Málaga universal. A la artista le
importa todo un comino, excepto ella misma”, Diario SUR, domingo 15 de diciembre de 1968.
ESTRADA, Mari Pepa, Memorias,
Málaga, Arguval, 1995.
GARCÍA BAENA, Pablo y
PÉREZ ESTRADA, Rafael, Mari Pepa Estrada
[Catálogo exposición celebrada en la Galería de Arte Contemporáneo de Ramón
Durán, Madrid, del 28 de noviembre al 15 de diciembre de 1973], Madrid, 1973.
S.f., "La pintora cumple hoy 85 años. Mari Pepa Estrada: Siempre he sido una osada", Diario SUR, martes 29 de agosto de 1989.
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