Escasos son los fondos en los museos
de pintura realizados por mujeres, valientes adalides por su excepcionalidad
histórica, heroínas en la conquista de una formación y profesionalidad
reconocidas durante la centuria decimonónica y arriesgadas creadoras en los
convulsos años de la vanguardia. No obstante, tras los nombres ilustres de sus
antecesoras, los años centrales del siglo XX, especialmente en España, son un páramo
de escasa representación femenina en las artes —de la que en otra entrada ya
hablamos de la paisajista María Revenga—, hasta su justa recuperación en los
años de democracia.
Hoy queremos incorporar un nuevo
nombre en el listado de obras que atesora en sus reservas el Museo de Málaga,
en este caso dedicado a la pintora malagueña María Antonia Conejo Moncayo, una injusta desconocida y olvidada
artista en la bibliografía nacional y local, oculta tras la parental figura de
otros pintores varones. Hija del pintor Salomón Conejo Alonso (Carvajales de
Alba, Zamora, 1892 – Málaga, 1981), afincado en nuestra ciudad, donde nació
María Antonia Conejo en el año 1927. Desde la cuna, la joven malagueña convivió
con el arte plástico paterno, oscilando entre los modelos históricos que le
ofrecían libros y láminas y la producción de los compañeros de su padre, ante
los que demostró una sólida vocación artística infantil y juvenil. Ingresó en
la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Málaga, donde fue alumna de las
profesoras en las clases para señoritas Elvira Olot y Trinidad Rey, aunque su
trato continuo con pintores varones la acercó a la docencia impartida por su
director, Federico Bermúdez Gil, y por los profesores Antonio Burgos y José
Castillo, pudiendo compartir bancada con otros alumnos varones, como Félix Revello de
Toro y Manuel Mingorance Acién.
Su férrea voluntad en perseverar en
una vocación artística reservada al hombre, en una España en franca involución
tras la Guerra Civil, la llevó a matricularse con sólo veinte años como alumna
libre en la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado de la Academia de Bellas
Artes de San Fernando en Madrid, donde tuvo la gran suerte de encontrar el
apoyo como profesor del pintor también malagueño Fernando Labrada. Durante su estancia de formación en la capital, del año 1947 al 1953, María Antonia Conejo
tuvo la oportunidad de asistir a las clases de otros pintores de renombre, como
el laureado Eduardo Chicharro o Rafael Pellicer, así como a los cursos de modelado
impartidos por Julio Moisés, según ella misma declaró como participante en la
Exposición Nacional de Bellas Artes del año 1950. Su fama como artista se fue
consolidando en la capital madrileña, sobre todo gracias a la medalla de
Primera Clase obtenida en el Salón de Otoño de ese mismo año, por lo que obtuvo
una pensión de estudios de la Diputación Provincial de Madrid para continuar su
formación en Roma. La experiencia habría sin duda consolidado una sólida
formación plástica, a la que se sintió obligada a renunciar por regresar a
Málaga y ocuparse de su padre, aquejado de una invalidante ceguera. En el piso
paterno de la calle Ferrándiz 24, la ya pintora se integró en la vida plástica malagueña, compartiendo estudio con su marido, el también pintor José Luis
Arias Martínez, y a los que se unió la hija de ambos, la pintora María Antonia
José Arias Conejo. Entre los años 1971 y 1975 se realizaron algunas
exposiciones colectivas familiares en la provincia, algunas de ellas en el mismo piso donde compartían
taller. En estas fechas, se confeccionó en el Museo de Málaga una "Relación de artistas malagueños y demás que viven en Málaga" en la que sólo se consigna al pintor José Luis Arias con domicilio en este inmueble, quizá por una costumbre muy patriarcal de censar al varón y, con él, dar por contadas a ambas féminas, madre e hija. Se consigna otra persona del mismo apellido, la escultora María del Carmen Conejo, residente en calle Ollerías 25, siendo ésta la única artista de este apellido del listado.
Según declaró Julián Sesmero, María
Antonia Conejo fue una artista multidisciplinar que se expresó con la misma
corrección tanto en sus composiciones al óleo, como en acuarela, pastel, ceras, témpera o lápiz, así como en el diestro manejo del grabado sobre
metal o piedra, tal y como aprendió del gran maestro Fernando Labrada. Fruto de sus años de formación en la malagueña Escuela de Artes y Oficios
y aprovechando las clases de Julio Moisés, también realizó interesantes
incursiones en el repujado sobre metal y cuero, la escultura en metales
preciosos o el diseño de joyas. Este trabajo en tan distintas disciplinas artísticas
bien le valieron tempranos galardones sobre los que cimentar una profesión,
como la mención de honor en la malagueña III Exposición Provincial de la Obra Sindical
de Arte y Descanso o la primera medalla en la técnica del repujado en la
exposición celebrada por la Obra Sindical de Artesanía en Málaga, ambas en el
año 1944. Las primeras medallas en dibujo y pintura de miniatura en las
malagueñas Exposiciones Provinciales de Educación y Descanso de los años 1945 y
1946 se combinaron con una medalla de bronce en la Exposición Nacional de
Educación y Descanso de Madrid en ese último año, lo que afianzó su decisión de
continuar estudios allí.
Uno de los más fructíferos
galardones debió de ser la medalla de Segunda Clase obtenida en el mismo año 1946,
en un certamen celebrado conjuntamente por la Real Academia de Bellas Artes de
San Telmo y el Ayuntamiento de Málaga, pues recibió el encargo de realizar tres
retratos de la galería de alcaldes para decorar la Casa Consistorial malagueña:
los de los primeros ediles Carlos Dávila Bertololi, Juan de la Bárcena Mancheño
y Miguel Sánchez Pastor, los tres fechados en el año 1948.
Pinceles significativos de su profesión y firma en ángulo superior izquierdo. |
Como retratista, una de sus más interesantes piezas es su Autorretrato, un óleo sobre lienzo de mediano formato, donde la artista se presenta tras la paleta y conjunto de pinceles, herramientas de su trabajo. La obra, ingresada entre los fondos de la colección estable del Museo de Málaga, presenta a la pintora de frente sobre amplio fondo neutro, que recorta una perfecta figura de femineidad. El fondo extrañamente manchado de luz recorta la elegante figura femenina, con un ceñido vestido de amplio cuello redondo sobre el que campea el delicado cuello de la pintora. El tratamiento de la tela es sutil y liviana, con amplias pinceladas que van aclarando el color desde las capas inferiores, con cierta transparencia en las distintas capas, en fuerte contraste con el oscuro revés de la paleta de pintor. El rostro destaca la desviada mirada de la pintora, de ojos almendrados, largas pestañas y brillo en su mirada, en perfecta armonía con la carnosidad de sus labios, en cuidado perfilado de carmín. La simetría bien estudiada del rostro la enmarca una perfecta melena que descubre, en el lóbulo de su oreja izquierda, la única joya lucida con discreción, una esfera dorada, mientras que la derecha se oculta tras los bucles de su melena.
La presentación es sencilla en su tratamiento, que parece carecer de artificio, pero que reclama en su simplicidad la voluntad firme de una mujer que es pintora, que no renuncia a la femineidad que le es consustancial a la imagen femenina de su tiempo, pero que exhibe con similar orgullo las herramientas propias de su trabajo: pintora que no renuncia a su coqueta presentación femenina.
Mirada de María Antonia Conejo Moncayo. |
La
obra forma parte de la colección estable del Museo de Málaga, sin posible vinculación
con los fondos depositados por la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo,
de la que no formaron parte ni su padre Salomón Conejo Alonso, ni su esposo José Luis
Arias Martínez. Sintomático es el caso de María Antonia Conejo Moncayo, cuya
ausencia entre los académicos de número de la corporación malagueña no
sorprende, a pesar de su sólida formación y de una trayectoria profesional que
para sí quisiesen otros pintores varones de su generación, no sujetos a las
renuncias propias exigibles a la mujer en caso de necesidad familiar, ya que
hasta 1942 no se produjo la incorporación de la primera, Mª Ángeles
Rubio-Argüelles, condesa de Berlanga de Duero, única entre varones hasta la
relativa normalización que inició en el año 1985 el ingreso de la poetisa Mª Victoria
Atencia.
Bibliografía:
Exposición Nacional de
Bellas Artes 1950. Catálogo Oficial [cat. exp. Palacios del Retiro, Madrid, mayo-junio
1950], Madrid,
Ministerio de Educación Nacional, 1950, p. 55.
SESMERO RUIZ, Julián, Diccionario
de Pintores, Escultores y Grabadores en Málaga en el siglo XX, Málaga, Real
Academia de Bellas Artes de San Telmo, 2009, pp. 114-115.
Que guapa eras, cuanto te echo de menos...
ResponderEliminarJosé Luis fue primo segundo de mi abuelo, pero perdieron contacto cuando mis abuelos fueron a vivir a Salamanca. Me encantaría saber más de José Luis y de Mª Antonia si les conociste. Mi e-mail es danmaldonado@hotmail.co.uk
EliminarUn abrazo
Mª Antonia se casó con José Luis Arias Martínez, primo segundo de mi abuelo. Me gustaría saber más sobre ellos y ver más ejemplos del arte de ellos y de su hija. Si alguien supiese cómo podría contactar con Mª Antonia, la hija de ellos, me encantaría poder hablar con ella. Mi e-mail es danmaldonado@hotmail.co.uk
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