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martes, 4 de junio de 2019

EL MUSEO COMO DISPOSITIVO CULTURAL: TRADICIÓN Y MODERNIDAD. Antequera, 16 de mayo de 2019.




Dentro del Semanario permanente de Prácticas Artísticas y Cultura Contemporánea de la Real Academia de Nobles Artes de Antequera, recibí la invitación para participar en su IV Mesas de Museos junto a la comisaria y gestora cultural, la doctora en Historia del Arte Lourdes Jiménez Fernández, gran profesional y buena amiga, el pasado jueves 16 de mayo.

La actividad se enmarcó en la celebración del Día Internacional de los Museos de 2019, que el Consejo Internacional de Museos convocó bajo el lema: Los museos como ejes culturales. El futuro de las tradiciones. Así, se recomienda que las actividades que se organicen en torno a su celebración se ciñan en torno a los nuevos papeles que los museos desarrollan hoy como actores activos en sus respectivas comunidades. Su praxis se transforma a velocidad vertiginosa desde las funciones tradicionales asignadas hacia nuevas formas de acercarse y ser útil a las comunidades a las que sirven, asumiendo innovadoras fórmulas de abordar problemas sociales y conflictos contemporáneos. De este modo, el museo es un importante dispositivo cultural de reflexión que debe de actuar hoy de forma proactiva.




Bajo este nuevo rol del museo para el segundo cuarto del siglo XXI, me parece especialmente relevante el papel que se nos asigna a los profesionales de los museos en el ln el planteamiento del nuevo valor que se le atribuye a estas instituciones y los límites éticos que definan la naturaleza misma de nuestro trabajo. Especialmente, por estar amenazado hoy por la escasa formación y difusa implicación de muchos de los gestores políticos que terminan por ser determinantes en la vida de nuestros museos, diluyendo los cuerpos superiores facultativos que desde 1973 los vienen sirviendo de forma específica y continuada en España, y por la ausencia de solventes proyectos en la planificación y gestión de las funciones tradicionales y de las actualmente incorporadas a los museos, que no constituyen requisitos básicos en la selección de sus direcciones y la evaluación de los resultados mediante criterios objetivamente mensurables sobre su gestión.

Así, a la celebración de nuestro día internacional en una nueva convocatoria anual creo no deben de pasar desapercibidas las amenazas de intensa banalización de nuestras instituciones, en un contexto poco propicio a la profesionalización del personal que actualmente trabaja en muchos de nuestros museos, aspecto en torno al que giró una parte importante del debate posterior suscitado.  No obstante, desde el punto de vista ético que el ICOM nos reclama en la presente convocatoria, no me posiciono en una actitud poco optimista o catastrofista sobre nuestro futuro, sino en esa línea proactiva que logre la recuperación de la profesionalización de nuestro trabajo y la dignificación de nuestro papel laboral y facultativo en el marco del Museo. 



Real Academia de Nobles Artes de Antequera, Miguel Ángel Fuentes, Lourdes Jiménez y José Ángel Palomares
© Autor, 2019


En este sentido, la organización de la presente IV Mesas de Museos se encuadra con acierto en los objetivos perseguidos por el Consejo Internacional de Museos con la celebración de esta festividad anual, donde propiciar encuentros y debates fructíferos entre profesionales en torno a la esencia, funciones y proyecciones de futuro para los museos locales, dentro de un contexto global. Así, la planificación de la mesa por Manuel Ángel Fuentes fue modélica en la presentación general de sus objetivos, los participantes en ella y suscitar y moderar las intervenciones posteriores a los iniciales quince minutos destinados a cada uno de los ponentes, iniciada con mi intervención, y seguida de la realizada por Lourdes Jiménez, después.
 

Real Academia de Nobles Artes de Antequera, Miguel Ángel Fuentes, Lourdes Jiménez y José Ángel Palomares
© Autor, 2019

El texto preparado para mi participación en la mesa es el siguiente:


<<En primer lugar, deseo agradecer la generosa invitación de la Real Academia de Nobles Artes de Antequera para participar en la presente IV Mesa de Museos, así como a Miguel Ángel Fuentes y a Lourdes Jiménez que nos acompañan por su organización y extensiva invitación, para terminar agradeciéndole a todos ustedes su más que amable presencia.

Quisiera comenzar esta mi primera intervención, atreviéndome a recitarles un melancólico poema de un paisano de la vega, José María Hinojosa, nacido en la cercana Campillos en el año 1904 y fallecido en los albores de una cruel contienda, en 1936:

He perdido
la memoria de los siglos;
sólo conservo alientos
de papiros añejos.

Y tengo la nostalgia de mi mismo,
de cuando sabios eran mis consejos,
del tiempo en que mi olor
no era el del museo.

¿A qué podía oler el museo que evocó, como su marchito presente, Hinojosa en ese primer cuarto del siglo XX?, posiblemente a mausoleo donde se conservaba el cadáver de una evolución, como manifestó en 1924 José Ortega y Gasset en: “Sobre el punto de vista de las Artes”, publicado en la popular Revista de Occidente. Desde su formulación a finales del siglo XVIII y la consolidación decimonónica de un modelo enciclopedista europeo, donde todo lo coleccionado se encontraba expuesto en abigarrados conjuntos polvorientos, las convulsiones de finales de siglo y el optimismo internacional por un mundo en continua evolución hacia la perfectibilidad civilizada del inicio de la siguiente centuria, que truncó abruptamente la Primera Guerra Mundial y terminó por sepultar la Segunda, habían abonado la idea de una tradición caduca, obsoleta y estéril sobre la que cimentar los nuevos valores de progreso, imponiéndose una necesaria modernidad. A juicio del futurista Filippo Tommaso Marinetti en una metafórica hipérbole expuesta en su primer Manifiesto Futurista, reclamaba en 1910 desde las páginas del parisino Le Figaro un laudatorio saludo a los heroicos jóvenes con los dedos manchados de tizne tras incendiar estos museos mausoleos, en una radical confrontación de modernidad frente al excesivo peso de una cadavérica tradición consolidada en más de cien años de vida museística.

El siglo XX reclamaba desde sus umbrales un nuevo modelo de institución, que acabaría conmocionando tanto la tradición franco-europea como la tradición anglosajona, donde se produjese el equilibrado encuentro entre un excesivo patrimonialismo del primero con la vertiente pública del segundo: conservación versus educación. Aunque la modernización del modelo aceleró rápido en el camino de las propuestas de una joven generación de arquitectos del movimiento moderno, que encontraron en el Museo una magnífica oportunidad de proyección equilibrada entre función y creación, donde contaríamos desde las propuestas museográficas de Mies Van der Rohe, Le Corbusier o Frank Lloyd Wright, hasta alcanzar el White Cube como aséptica caja expositiva donde dar valor a la pieza museística de la post-vanguardia; la oportunidad real la procuró la necesaria salvaguarda y protección del patrimonio cultural tras dos guerras mundiales y la reorganización posterior de sus colecciones entre una ínfima porción de bienes culturales bien seleccionados para su exhibición pública y la organización de amplios almacenes internos en los Museos. A partir de 1945 nace el concepto de museo hoy vigente, una institución cultural de carácter no lucrativo al servicio de la sociedad, internacionalmente dogmatizado a través del Consejo Internacional de Museos y sus Comités nacionales. En otras palabras, el museo no es un producto cultural sino el producto de una cultura que se manifiesta en un concreto momento histórico bajo los requerimientos, funciones y servicios que la sociedad le demande.
 

Real Academia de Nobles Artes de Antequera, José Ángel Palomares
© Autor, 2019

No cabe duda que la modernidad dura lo que la tradición tarda en imponerse, y el modelo del museo de la post-vanguardia terminó por consolidar una nueva tradición, que los movimientos sociales del mayo francés de 1968 volvieron a poner en solfa. La sociedad se convulsionaba por temas que no estaban representados en el Museo burgués, colonialista y misógino de esos años, y sus aspiraciones y necesidades no tenían respuesta en esa institución que necesitaba de nueva redefinición, lo que procuró la antropología y la etnografía museológicas encabezada por Georges-Henri Riviere y su grupo de jóvenes museólogos en torno al parisino Museo del Hombre del Trocadero, donde se formularon los postulados de la Nueva Museología. Esta corriente museológica escindida de su tronco general, pronto pasó del área francófona a la floreciente museología latinoamericana gracias a la Mesa de los Museos de Santiago de Chile en el año 1972, de las que fue deudora la importante Declaración de Quebec de 1984 donde se dio carta de naturaleza a la Nueva Museología en el sentido de consolidar el papel social del Museo y el carácter global de sus intervenciones. Así, surgen nuevas propuestas sobre la base sólida de la democratización social, como son: el ecomuseo, museo comunitario o museo de vecindad.  El modelo de museo demandado por este nuevo movimiento museológico no debe de ser un dispositivo cultural, por emplear el término del título que sustenta los contenidos de la presente mesa, puesto a disposición pública a través de un diseño en orden descendente, sino que debe de asumir las aspiraciones, necesidades y demandas formativas y sociales y procurar que su diseño se proyecte en orden ascendente, desde su base social hacia la élite política y socio-cultural. 

Esta vertiente que transformaba la Museología en una ciencia menos histórica y más social, donde su práctica museográfica coloca al público en el núcleo de sus intervenciones, con numerosas propuestas para el conocimiento de nuestro público objetivo mediante su estudio y caracterización, nos llevó a la formulación desde finales de los setenta de un modelo excesivamente escolarizado en sus prácticas de difusión, lo que se ha definido como una escolarización del Museo, tendencia virada en torno a los noventa hacia la atención inclusiva del público en general, prestando atención al: familiar, turístico, clases y colectivos marginales o aquél con necesidades especiales y específicas, alcanzando también su propia tradición. Así, inauguramos el siglo XXI con una nueva revisión del canon a través de la Museología Crítica, aquella que comienza a ejercerse fuera de la institución, donde la investigación museológica se traslada de las salas del museo y sus técnicos a las aulas universitarias y sus teóricos, en las que se han venido desarrollando líneas docentes, de investigación y de publicación museológicas desde finales de la anterior centuria. Debo confesarles que soy entusiasta partidario de esta descolonización de los contenidos museológicos de los museos mismos, aunque en numerosas ocasiones adolezcan de una difícil aplicación museográfica.  

El planteamiento museológico de esta corriente exógena al museo tiene su base medular en la pedagogía crítica y en la Historia del Arte, donde se pretende formar a una ciudadanía menos consumista y más abierta a la expresión de sus opiniones, inicialmente en torno al Arte Contemporáneo y más tarde al resto de colecciones museológicas. Así, hoy se requiere modernizar el museo como el espacio idóneo de educación no formal donde se conforma una comunidad de aprendizaje mediante la negociación y el diálogo con el público en torno a sus exposiciones y a través de sus actividades de difusión y comunicación.

Desde la publicación en 2003 por Jesús Pedro Lorente y David Almazán de una recopilación de artículos de numerosos autores que reflexionaron sobre esta nueva línea, que titulan “Museología Crítica y arte contemporáneo”, hoy es habitual encontrar una línea de reflexión museológica bajo este nuevo epígrafe que cuestione todos los fundamentos de la museología y su praxis museográfica, siendo el primer cadáver exquisito que se exhibe en sus honras fúnebres la imposibilidad de contar hoy con una tradición, si me permiten la expresión. Actualmente, vivimos instalados en una modernidad permanente, donde fluyen continuamente las propuestas innovadoras, las técnicas renovadas casi a diario y los planteamientos heterodoxos, que huyen de una asfixiante ortodoxia que nos adocene en un puñado de instituciones parecidas y pronto igualmente obsoletas. En esta nueva perspectiva, no tiene menor influencia la competencia por la captación del visitante, hoy usuario o cliente en el lenguaje economicista en que hemos terminado por situar al museo en una sociedad hipermercantilizada.

Me figuro que en este sentido podemos extendernos en torno al Museo como dispositivo cultural a lo largo del debate, donde creo la tradición constituye una foto ya fija sobre la visión museológica de los dos primeros completos siglos de formulación, frente a la modernidad como mantra de una museología y praxis museográfica contemporánea que nos sitúe al menos de forma sostenible entre las nuevas industrias del ocio cultural sin ceder demasiado en nuestra misma esencia, para lo que incluso hoy se propone una nueva definición del Museo>>. 

 Bibliografía:


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