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viernes, 23 de mayo de 2014

María Gámez en el Museo de Málaga. Necesario apoyo político a la materialización del proyecto.




© 2014, del autor.

Museo de Málaga. El pasado martes 20 de mayo, María Gámez visitó las instalaciones del museo para volver a descorrer el peine desde donde espera su futura instalación en el Palacio de la Aduana “¡… y tenía corazón!” de Enrique Simonet y Lombardo. El cuadro, que indudablemente cuenta con el cariño de los malagueños y malagueñas, es una de las más contundentes razones que demuestran que el Museo de Málaga es el museo del ADN malacitano, atesorando su historia desde 1913 –desentrañando la identidad provincial a través de su cultura material desde los primeros hábitats en cuevas, hasta las últimas aportaciones histórico-artísticas contemporáneas-, pudiéndose contar cientos de historias a través de sus colecciones.

Nos reconocemos desde los primeros asentamientos costeros, con labores de marisqueo y pesca a lo largo de los numerosos abrigos naturales que jalonan nuestras benignas costas. Punto de encuentro civilizatorio entre oriente y occidente, donde los pueblos del mar encontraron cómodos fondeaderos naturales para la instalación de colonias comerciales, intercambiando productos de importación para el consumo de élites indígenas y transportando a las civilizaciones orientales las riquezas naturales de un extenso terruño fértil y rico en materias primas. La perla de la Bética, donde la romanización fue una vía de doble carril que importó y exportó opulencia al Imperio. Siglos de integración en el mapa del mundo islámico, que sustentó el desarrollo de una opulencia comercial centrada en los dulces higos y pasas de nuestras comarcas, y en el fino trabajo de los alfares malagueños, que alcanzaron su cenit con la producción de loza dorada, y donde la astronomía, periegética, medicina, filosofía, literatura y arte tuvieron asiento desde el califato omeya al último reino nazarí. Todo ello, expresión de nuestra sección de Arqueología, que supondrá la reunión museológica más destacada en la provincia de sus bienes culturales, muy superior a lo que podemos recordar de las antiguas instalaciones del Museo en la Alcazaba malagueña.




La Málaga llamada a la oración desde numerosos alminares, cambió por campanas sus ecos religiosos y la corona castellana la integró entre los reinos cristianos peninsulares, sacralizando su espacio. Así, nació una nueva fisonomía malagueña conventual dominada por las torres y espadañas parroquiales de los Santos Mártires, Santiago, San Juan o Santa María, a los que se unieron los extensos conventos de: San Francisco, El Carmen, La Victoria, La Merced, Santo Domingo, La Trinidad, San Pedro Alcántara, Santa Clara, San Bernardo, etc. La Ilustración abrió la ciudad a nuevos vientos desde nuestro inexpugnable puerto, y las nuevas instituciones de promoción real modernizaron los rancios estamentos del Antiguo Régimen con renovadas infraestructuras urbanas, donde se erigió como monumento a los nuevos tiempos el Palacio de la Aduana, entonces a pie de muelle. Las clases burguesas comerciales e industriales de la primera mitad del siglo XIX reclamaron una nueva urbe, desmontando pieza a pieza el constreñido corsé de sus fuertes murallas medievales y asolando los extensos solares conventuales que dominaban la trama de la ciudad. Los ensanches, parques y plazas públicas y las manzanas de nuevas construcciones domésticas edificadas sobre aquéllos definieron la ciudad burguesa, cuyos desmontes urbanos fueron constituyendo base de un necesario museo, que nunca llegó. Los bienes desamortizados fueron las primeras víctimas silentes de un proyecto nonato de museo, que no logró su concreción decimonónica a imagen y semejanza de capitales como Córdoba o Granada.

No obstante, la riqueza económica, social y cultural de la Málaga decimonónica proporcionó las bases para el desarrollo de una Escuela de Bellas Artes que, superando su primer fin comercial, supo de la mano de la escuela levantina crear un plan de estudios superiores que formó un núcleo artístico local de elevada calidad, a la altura de los tradicionales focos sevillano, madrileño o catalán. Denis Belgrano, Martínez de la Vega, Moreno Carbonero, Simonet y Lombardo, Ocón y Rivas, Gartner de la Peña, Verdugo Landi, Saénz y Sáenz, Nogales Sevilla, etc., son nombres que se relacionan con lo mejor y más autóctono de la plástica local, que en numerosas obras del Museo trascienden hacia lo nacional: “¡… y tenía corazón!”, “La meta sudante”, “Flevit super illam”, “La destrucción de la Invencible”, “La última ola”, “Después de la corrida”, “El quite”, “El juicio de Paris”, “El milagro de Santa Casilda”, “La tumba del poeta”, “Stella Matutina”, etc.

Tras la inauguración del Museo en 1916, la ciudad contó con la infraestructura necesaria para reunir su patrimonio histórico-artístico en defensa de la preservación y difusión a generaciones futuras de la memoria colectiva inscrita en muchos de sus bienes culturales, como la adquisición del boceto para la decoración del techo del patio de butacas del Teatro Cervantes en 1870, o la defensa de los bienes culturales durante los luctuosos asaltos a los símbolos urbanos de los poderes locales religioso y burgués en mayo de 1931, primero, y la contienda civil entre 1936 y 1939 después. 



Además, garantizó la tutela, estudio, conservación y difusión de los numerosísimos materiales hallados en la recuperación de importantes monumentos -como la Alcazaba malagueña y el Teatro Romano a sus pies-, así como evitó la dispersión de importantes conjuntos patrimoniales locales, como: la Colección Loringiana: el legado del pintor valenciano Antonio Muñoz Degrain, donado al Museo en 1916 de entre los bienes conservados en su estudio de calle Victoria; los bienes propiedad del primogénito del pintor malagueño José Moreno Carbonero; del pintor local José Nogales Sevillas; del Colectivo Palmo, tras su disolución; y las colecciones arqueológicas de la Sociedad Malagueña de Ciencias, la colección Such, de Giménez Reyna o de Francisco Peregrín.

Así, la visita de la portavoz socialista al Centro de Colecciones del Museo de Málaga es un motivo para congratularnos de que los responsables políticos continúen enfocando sus intereses sobre una institución de la que no debemos prescindir, pues significaría renunciar a gran parte de nuestro ADN y despreciar con ingrata indiferencia el trabajo de tantos nombres que hoy habitan las mejores páginas de nuestra historia: Antonio Muñoz Degrain, Narciso Díaz de Escobar, José Moreno Villa, Ricardo Orueta y Duarte, Juan Temboury Álvarez, Simeón Giménez Reyna, Salvador González Anaya, José Luis Estrada Segalerva, Baltasar Peña Hinojosa, etc., por mostrar un amplio espectro de muy distintos perfiles políticos; así como de numerosos malagueños y malagueñas que de forma anónima trabajaron con entusiasmo y denuedo por nuestro Museo de Málaga.

Bienvenidos a los políticos con sensibilidad social, que en cumplimiento de su dedicación al servicio público encuentran su campo de trabajo diario, con vocación de utilidad pública, en: las necesidades sociales de sus conciudadanos –hoy tremendamente desesperanzados por la realidad económica que los desprecia-; las demandas de honestidad y transparencia en sus actuaciones; y el cumplimiento de las aspiraciones culturales colectivas a favor de la puesta en valor de las infraestructuras museísticas que por derecho de herencia les pertenecen –que, en nuestro caso, se sustenta en una larga marcha de manifestaciones ciudadanas a favor de la Aduana como sede del Museo de Málaga. mo la adquisiciuseo que nunca llarnos de que los responsables polMuseo de Mad del primogsles, como la adquisiciuseo que nunca ll


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