A
quien las Musas encuentren trabajando es más probable que le otorguen el don de
su sagrada inspiración que a aquel a quien sorprendan sesteando sobre vagas
ideas. Los museos, como espacios sagrados donde habitan habitualmente las
Musas, no suelen estar servidos por durmientes que esperan cruzarse con las
hijas de la Memoria para que, arrebatados de inspiración, puedan ofrecer sus
fondos culturales al público para quien estas instituciones existen.
© José Ángel Palomares, Ermitage 2011. |
Suele
tratarse de personas muy comprometidas con su profesión y su vocación
socio-cultural, atentas a su ambiente patrimonial circundante para que el Museo
pueda tutelar en un futuro aquellos bienes culturales que forman parte de él. Se desvelan por su estado de conservación y sus posibilidades de
pervivencia, y procuran adoptar todas las medidas medioambientales, de
seguridad y de cuidado en su trato para evitar su deterioro, hasta alcanzar
complejas intervenciones que puedan recuperar la buena conservación material y conceptual
de los valores que los capitalizan. Desentrañan los crípticos arcanos de su
naturaleza arqueológica, histórica, artística o científica mediante la
constante investigación, documentación y custodia de los datos reunidos en
medios
estables de tutela, como son registros, inventarios, catálogos y
publicaciones de sus fondos. Tejen y destejen discursos museológicos que den
sentido a la pública presentación de sus colecciones, en mensajes coherentes
para la reunión de un conjunto expositivo dado en las salas del Museo.
Interpretan ante su público los aspectos más intrincados de las exposiciones,
adaptando contenidos y lenguaje a los niveles cronológicos, educativos o
sociales de su auditorio.
Génesis de una colección, Museo de Málaga. |
Museo Bellas Artes de Córdoba, Navidad 2005. |
Fabulaciones sobre la mujer: la imagen femenina en las colecciones del Museo de Málaga 2008 |
Todas
estas misiones se realizan gracias al concurso de cuatro elementos básicos: un
espacio donde desarrollar su labor, el edificio museístico; un destinatario, su
público; unos bienes culturales a custodiar, proteger y difundir, su colección;
y una infraestructura técnica y humana, su personal. El concurso de estos
componentes esenciales, en cuyo centro vector se encuentra el público para el
que existen hoy el resto de constituyentes, es el campo de acción de los
conservadores de museos. Actualmente, estos profesionales poseen herramientas
básicas para su formación técnica y práctica profesional como la ciencia museológica y la praxis museográfica, que en muchos casos se añaden sobre una
formación humanística o científica previa, que antaño fue la básica para el
acceso a estas tareas museísticas.
© José Ángel Palomares Samper. Rijksmuseum 2013. |
Se
asume, por tanto, en los foros nacionales e internacionales que el perfil
actual del conservador de museos, como museólogo y museógrafo en servicio, posee
un perfil profesional a caballo entre el humanismo de disciplinas
histórico-artísticas, etnológicas o arqueológicas y los conocimientos
científicos procedentes de los conocimientos físico-químicos, biológicos o
expo-técnicos que la labor museográfica requiere para la correcta valoración de
los procesos de biodeterioro, fotodeterioro o aquellos de raíz físico-química que
afectan la integridad de los bienes culturales, así como su correcta
presentación en espacios museísticos bajo especiales condiciones lumínicas,
medio-ambientales y físicas, favorables a su percepción pública y correcta
conservación.
Sin
embargo, hoy las Musas están confusas cuando este momento de especialización máxima
que la profesión ha alcanzado, tras siglos de embrionario y lento desarrollo,
coincide con laxos procesos de ingreso en instituciones museísticas. Los
museos, mal entendidos como simples instituciones culturales por sus gestores
públicos y privados, son realidades patrimoniales complejas y altamente sensibles que no deben
consumir recursos sin las necesarias garantías de servicio público respecto a
la tutela y conservación de sus bienes culturales, que también pertenecen a
nuestras generaciones futuras, y a la difusión de sus contenidos culturales
entre sus potenciales usuarios. Así, uno de esos pilares fundamentales, el
personal que los atiende, debe ser garante gracias a una demostrada capacidad y
un reconocido mérito de estos elevados fines que el museo representa y para los
que concurren las Musas, cada vez menos a diario.
El
prisma social óptimo desde el que deben observarse es aquel que garantice el
indiscutible derecho a expresar las
opiniones que cada cual tenga sobre estos templos de las Musas, como podemos
ejercerlo sobre nuestras escuelas, hospitales, cortes de justicia o garajes
mecánicos, pero a los que no renunciamos a que sean atendidos por docentes,
médicos, jueces y mecánicos de probada solvencia. Las públicas Musas se
deshacen de sus coronas de laurel, con desdén abandonan las salas museísticas y
con airada expresión las arrojan a los puercos, esperando mejores tiempos para
sus sagradas mansiones.
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