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Museo de Málaga. El
pasado martes 20 de mayo, María Gámez
visitó las instalaciones del museo para volver a descorrer el peine desde donde
espera su futura instalación en el Palacio de la Aduana “¡… y tenía corazón!”
de Enrique Simonet y Lombardo. El cuadro, que indudablemente cuenta con el cariño
de los malagueños y malagueñas, es una de las más contundentes razones que
demuestran que el Museo de Málaga es el museo del ADN malacitano, atesorando su
historia desde 1913 –desentrañando la identidad provincial a través de su
cultura material desde los primeros hábitats en cuevas, hasta las últimas
aportaciones histórico-artísticas contemporáneas-, pudiéndose contar cientos de
historias a través de sus colecciones.
Nos
reconocemos desde los primeros asentamientos costeros, con labores de marisqueo
y pesca a lo largo de los numerosos abrigos naturales que jalonan nuestras benignas
costas. Punto de encuentro civilizatorio entre oriente y occidente, donde los
pueblos del mar encontraron cómodos fondeaderos naturales para la instalación
de colonias comerciales, intercambiando productos de importación para el
consumo de élites indígenas y transportando a las civilizaciones orientales las
riquezas naturales de un extenso terruño fértil y rico en materias primas. La
perla de la Bética, donde la romanización fue una vía de doble carril que
importó y exportó opulencia al Imperio. Siglos de integración
en el mapa del mundo islámico, que sustentó el desarrollo de una opulencia comercial
centrada en los dulces higos y pasas de nuestras comarcas, y en el fino trabajo
de los alfares malagueños, que alcanzaron su cenit con la producción de loza
dorada, y donde la astronomía, periegética, medicina, filosofía, literatura y
arte tuvieron asiento desde el califato omeya al último reino nazarí. Todo
ello, expresión de nuestra sección de Arqueología, que supondrá la reunión
museológica más destacada en la provincia de sus bienes culturales, muy
superior a lo que podemos recordar de las antiguas instalaciones del Museo en
la Alcazaba malagueña.
La
Málaga llamada a la oración desde numerosos alminares, cambió por campanas sus
ecos religiosos y la corona castellana la integró entre los reinos cristianos
peninsulares, sacralizando su espacio. Así, nació una nueva fisonomía malagueña
conventual dominada por las torres y espadañas parroquiales de los Santos
Mártires, Santiago, San Juan o Santa María, a los que se unieron los extensos
conventos de: San Francisco, El Carmen, La Victoria, La Merced, Santo Domingo,
La Trinidad, San Pedro Alcántara, Santa Clara, San Bernardo, etc. La Ilustración
abrió la ciudad a nuevos vientos desde nuestro inexpugnable puerto, y las nuevas
instituciones de promoción real modernizaron los rancios estamentos del Antiguo
Régimen con renovadas infraestructuras urbanas, donde se erigió como monumento
a los nuevos tiempos el Palacio de la Aduana, entonces a pie de muelle. Las
clases burguesas comerciales e industriales de la primera mitad del siglo XIX
reclamaron una nueva urbe, desmontando pieza a pieza el constreñido corsé de sus fuertes
murallas medievales y asolando los extensos solares conventuales que dominaban
la trama de la ciudad. Los ensanches, parques y plazas públicas y las manzanas
de nuevas construcciones domésticas edificadas sobre aquéllos definieron la ciudad burguesa, cuyos
desmontes urbanos fueron constituyendo base de un necesario museo, que nunca
llegó. Los bienes desamortizados fueron las primeras víctimas silentes de un
proyecto nonato de museo, que no logró su concreción decimonónica a imagen y
semejanza de capitales como Córdoba o Granada.
No
obstante, la riqueza económica, social y cultural de la Málaga decimonónica
proporcionó las bases para el desarrollo de una Escuela de Bellas Artes que, superando su primer fin comercial, supo de la mano de la escuela
levantina crear un plan de estudios superiores que formó un núcleo artístico
local de elevada calidad, a la altura de los tradicionales focos sevillano,
madrileño o catalán. Denis Belgrano, Martínez de la Vega, Moreno Carbonero,
Simonet y Lombardo, Ocón y Rivas, Gartner de la Peña, Verdugo Landi, Saénz y
Sáenz, Nogales Sevilla, etc., son nombres que se relacionan con lo mejor y más
autóctono de la plástica local, que en numerosas obras del Museo trascienden
hacia lo nacional: “¡… y tenía corazón!”, “La meta sudante”, “Flevit super
illam”, “La destrucción de la Invencible”, “La última ola”, “Después de la
corrida”, “El quite”, “El juicio de Paris”, “El milagro de Santa Casilda”, “La
tumba del poeta”, “Stella Matutina”, etc.
Tras la inauguración
del Museo en 1916, la ciudad contó con la infraestructura necesaria para reunir
su patrimonio histórico-artístico en defensa de la preservación y difusión a
generaciones futuras de la memoria colectiva inscrita en muchos de sus bienes
culturales, como la adquisición del boceto para la decoración del techo del
patio de butacas del Teatro Cervantes en 1870, o la defensa de los bienes
culturales durante los luctuosos asaltos a los símbolos urbanos de los poderes
locales religioso y burgués en mayo de 1931, primero, y la contienda civil
entre 1936 y 1939 después.
Además, garantizó la tutela, estudio, conservación y difusión de
los numerosísimos materiales hallados en la recuperación de importantes
monumentos -como la Alcazaba malagueña y el Teatro Romano a sus pies-, así como
evitó la dispersión de importantes conjuntos patrimoniales locales, como: la Colección
Loringiana: el legado del pintor valenciano Antonio Muñoz Degrain, donado al
Museo en 1916 de entre los bienes conservados en su estudio de calle Victoria; los bienes propiedad del primogénito del pintor malagueño José
Moreno Carbonero; del pintor local José Nogales Sevillas; del Colectivo Palmo,
tras su disolución; y las colecciones arqueológicas de la Sociedad Malagueña de
Ciencias, la colección Such, de Giménez Reyna o de Francisco Peregrín.
Así,
la visita de la portavoz socialista al Centro de Colecciones del Museo de
Málaga es un motivo para congratularnos de que los responsables políticos
continúen enfocando sus intereses sobre una institución de la que no debemos
prescindir, pues significaría renunciar a gran parte de nuestro ADN y
despreciar con ingrata indiferencia el trabajo de tantos nombres que hoy habitan
las mejores páginas de nuestra historia: Antonio Muñoz Degrain, Narciso Díaz de
Escobar, José Moreno Villa, Ricardo Orueta y Duarte, Juan Temboury Álvarez,
Simeón Giménez Reyna, Salvador González Anaya, José Luis Estrada Segalerva,
Baltasar Peña Hinojosa, etc., por mostrar un amplio espectro de muy distintos
perfiles políticos; así como de numerosos malagueños y malagueñas que de forma
anónima trabajaron con entusiasmo y denuedo por nuestro Museo de Málaga.
Bienvenidos
a los políticos con sensibilidad social, que en cumplimiento de su dedicación
al servicio público encuentran su campo de trabajo diario, con vocación de
utilidad pública, en: las necesidades sociales de sus conciudadanos –hoy
tremendamente desesperanzados por la realidad económica que los desprecia-; las
demandas de honestidad y transparencia en sus actuaciones; y el cumplimiento de
las aspiraciones culturales colectivas a favor de la puesta en valor de las
infraestructuras museísticas que por derecho de herencia les pertenecen –que,
en nuestro caso, se sustenta en una larga marcha de manifestaciones ciudadanas
a favor de la Aduana como sede del Museo de Málaga.