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Nadie
podría sospechar que el Centre National
D’Art et de Culture Georges Pompidou pudiese haber puesto sus ojos para la
instalación de la primera de sus franquicias internacionales en España, en un
país en continua evaluación por las agencias internacionales para la
calificación al céntimo de euro de su deuda, fortificado con las inmisericordes
“concertinas” ante los embates de las paupérrimas hordas del sur y bajo
“sospecha” en los tribunales de “derechos humanos” internacionales por la
aplicación de sus inquietantes doctrinas judiciales, las afasias históricas con
otras víctimas del terror y los nuevos marcos legales para la “tranquilidad
anestesiada” de su ciudadanía aparentemente insatisfecha. Pero no sólo han
puesto su lupa de aumento sobre España, ese país de alarmantes colas de parados
en las oficinas de empleabilidad para pasar luego a aguardar su ordenada cola
en los bancos de alimentos y en los comedores sociales en una proporción aún más
inquietante, sino que la ha puesto sobre Málaga, capital de la Costa del Sol.
Quizá
los gestores del Centre Georges Pompidou
se hayan documentado en la prensa cultural de la ciudad de los últimos diez
años para tomar esta decisión y, más concretamente, en aquella dedicada al
panorama museológico de la provincia malagueña desde el cierre del Museo de
Málaga en el último lustro del siglo XX. Si este fuese el caso, posiblemente les
atraiga la amplia panoplia de fórmulas de gestión en los modelos malagueños ofertados
por Fundaciones: Museo Picasso Málaga, Museo Carmen Thyssen Málaga o Museo Félix
Revello de Toro; o las experiencias que ofrece la transferencia a empresas de
gestión privada del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga o de directa
titularidad y gestión privada del Museo Automovilístico de Málaga. Sin
mencionar con cierto rubor asomando a las mejillas del museo Art Natura por acuerdo municipal con la Royal Collections, que por utilizar un
titular de Antonio Javier López en el Diario Sur (domingo, 22 de enero de
2012) de no hace tanto tiempo: “brinda un retablo escandaloso sobre la gestión
pública negligente”.
¿Es
transferible el modelo museológico del Centre
Georges Pompidou al cubo de cristal de unos 6.000 metros cuadrados en el
nuevo área de ocio de las instalaciones portuarias de Málaga? No creo poseer la
osadía de algunos representantes públicos consistoriales para dar una respuesta
rotundamente afirmativa al respecto.
© Autor, 2007. |
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El gran proyecto de creación de un Centro de Arte y Cultura Contemporáneos en París requirió de un edificio ex novo: espectacular en su fisonomía, moderno y tecnológico en su concepción y tremendamente flexible en su proyección espacial, para poder dar respuesta a las innumerables corrientes plásticas y soportes artísticos de la segunda mitad del siglo XX. Tras un gran Concurso Internacional celebrado en 1972, los arquitectos que obtuvieron finalmente el proyecto fueron el italiano Renzo Piano y el británico Richard Rogers, quienes contaron para su compleja estructura “high tech” con la experiencia de Ove Arup and Partners. Así se inauguró el museo el 31 de enero de 1977, como gran telón de fondo a la Plateau Beaubourg, transformada en gran centro ciudadano de manifestaciones artísticas alternativas contemporáneas en la ciudad. ¿Existe algún paralelismo con una estructura ya concebida y construida a la que se pretende dar funcionalidad de forma perentoria?
Con
una referencia clara en la arquitectura industrial, el Centre Pompidou se presentó como gran objeto expositivo que venía a
aportar un nuevo modelo arquitectónico iconoclasta e innovador de los edificios
museísticos al uso, lo que J.M. Montaner y J. Oliveras calificaron de: elemento
arquitectónico destinado al juego, la diversión y la propaganda.
No
obstante, lo que se presentó como una renovadora propuesta museológica para los
nuevos centros de arte contemporáneo mundiales se demostró una auténtica
pesadilla para los profesionales de los museos, los conservadores de sus
colecciones, pues las salas de exposición difícilmente pudieron disponerse para
el uso expositivo que requerían, tomando como referencia muy distintos puntos
de vista (conservación, iluminación, etc.). Por ello, en menos de cinco años
necesitó de una severa intervención interior de sus unidades expositivas por la
arquitecta italiana más afamada en su momento, Gae Aulentí, quien entre
1980 y 1986 debió repensar su espacio interior y adaptarlo a la exhibición de
obras de arte, por muy compleja que esta labor fuese.
A
pesar de esta rotunda intervención, aún en el año 1991 Jean-Paul Améline
denunciaba en círculos profesionales que el Centre
Pompidou no sólo “enmascaraba al Museo” ante el público, sino que ocultaba
insensiblemente las funciones patrimoniales para las cuales no había sido
preparado suficientemente.
A los
veinticinco años de su apertura, Juan Pedro Quiñonero ofrecía en el ABC Cultural una demoledora valoración
del museo, que había pasado de ser un laboratorio de las artes contemporáneas a
una factoría de chucherías. Según el autor:
Nacido, originalmente, como
“catedral” y “templo” de la modernidad más vanguardista, apátrida y
cosmopolita, el Pompidou fue muy pronto víctima de su éxito, arrollador. Quien
haya visitado una gran exposición, un fin de semana, comprenderá hasta qué
punto la masificación, la pedagogía y las mejores intenciones populistas pueden
transformarse en un infierno, pisoteado, literalmente, por una horda
trashumante y sencillamente
insensible a unos productos vagamente artísticos, producidos, consumidos,
deglutidos y defecados sobre la marcha, vertiginosa, de unos ascensores
mecánicos.
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Del
2002 al 2007, año en que tuve la oportunidad de visitarlo, la situación no
mejoraba mucho, aunque la banalización cultural de la factoría Pompidou se
redime en el magnífico ambiente que se sigue concentrando en la Plaza Beaubourg, con su espacio de cultura
alternativo y su congregación de ciudadanos interesados por las propuestas
artísticas más diferentes y alternativas.
© Autor, 2007. |
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Hoy
continúa siendo uno de los centros museísticos más visitados de París, cuya
escala urbana creo no debe parangonarse más que con grandes capitales de su
magnitud patrimonial y cultural. No deseo que se entienda esta reflexión como
un ataque frontal al proyecto de incorporación de un museo más a la ya
extensísima nómina de museos y colecciones museográficas capitalinas, sin
necesidad de salir a visitar la provincia, sino que deseo insistir en que debe
preocuparnos más su sostenibilidad en estos duros momentos económicos que sumar
el nuevo albur de un sueño museológico más. Existen propuestas que, a pesar de
los oropeles de su renombre, deben quedar olvidadas sin secuelas: subsede del
Museo del Prado en calle Alcazabilla o Guggenheim en la Plaza de la Merced.
Bibliografía recomendada:
AMÉLINE, Jean Paul (1991), “Museo
Nacional de Arte Moderno del Centro Georges Pompidou”, en El Arquitecto y el Museo, Sevilla.
LÓPEZ, Antonio Javier (2012), “Línea de
Fuga. Humo”, Diario Sur, domingo 22
de enero, pág. 54.
MONTANER, J.M. y OLIVERAS, J. (1986), Los museos de la última generación, Barcelona.
QUIÑONERO, Juan Pedro (2002), “Crónica 2002. Un laboratorio
Contemporáneo”, ABC Cultural, Madrid,
Prensa Española, número correspondiente al 1 de enero, pág. 39.
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