Baile en los salones de la marquesa de
Esquilache en honor del embajador marroquí Sidi Brisha [febrero,
1895]
José Moreno Carbonero, óleo sobre lienzo, 43,00 x 66,40 cm
© Del autor, 2016
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Las salas de un Museo presentan el aspecto de
grandes espacios vacíos, llenos de ventanas por las que observamos distintos
mundos lejanos, parecidos o extraños al que habitualmente habitamos. Acercarnos
al marco de una pintura es romper con la mirada el plano bidimensional y
sumergirnos en una realidad paralela, una dimensión espacio-temporal que parece
existir autónoma tras la pared que la linda y circunda. No obstante, para que
esas realidades paralelas acontezcan es imprescindible el concurso de nuestra
mirada, la consciencia que aprecia, comprende y disfruta de lo que observa. En
ese juego de complicidades entre nosotros y las obras plásticas se encuentran
sus autores, estilos, circunstancias históricas, asuntos concretos y decisiones
museológicas, contando historias que a veces parecen triviales o trascendentes
bajo el prisma del autor y las razones de presentación del museólogo. Éste
podría ser el caso de la obra que hoy analizamos, una cómica escena de extraño baile
donde conviven los europeos en ridículas poses frente a un circunspecto grupo de
norteafricanos, reconocibles por su característico atuendo en segundo plano de
la escena, inusual composición del pintor escasamente sarcástico José Moreno
Carbonero (Málaga, 1858 – Madrid, 1942), a pesar de la enorme tradición en la
plástica malagueña coetánea de la cómica parodia política y social.
El objeto de la presente entrada es acompañar
la mirada en la observación de un pequeño lienzo de técnica tremendamente
abocetada, cuya lectura nos la facilita su autor mediante dos leyendas
autógrafas sobre el lienzo: Baile de la
marquesa de Esquilache en honor del embajador marroquí Sidi Brisha / Febrero /
1895, en su ángulo inferior derecho; y Baile
en los salones de los marqueses de Esquilache en honor de Sidi Brisha /
embajador de Marruecos, en su borde inferior. Inusual duplicidad en la
anotación autógrafa de una obra, debiendo entender el pintor que no había incorporado suficientes notas en la representación como para aclarar su lectura, siendo
necesario el apoyo en la palabra. El pequeño boceto, en la línea de la crónica satírica ilustrada de la prensa, hace referencia a uno de los
acontecimientos más rocambolescos en las relaciones decimonónicas entre reinos
vecinos: España y Marruecos.
Baile …, de José Moreno Carbonero en exposición
permanente del Museo de Málaga
© Del autor durante el montaje, 2016
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Sidi Brisha, el primero de los personajes a
los que alude el presente relato, fue el integrante de una noble familia
magrebí que había alcanzado gran reputación en el servicio a su
monarquía, formando parte de varias delegaciones diplomáticas y comerciales por
distintas capitales europeas, varias de ellas en Madrid, donde se afirmaba
haber demostrado gran aprecio por la reina María Cristina de Habsburgo. Casi
sexagenario, recibió el encargo de presidir las negociaciones que ante el
Gobierno español debían dar cumplimiento a las compensaciones económicas de
guerra establecidas en el Tratado de Marrakech de 5 de marzo de 1894, un
negocio crucial a las arcas en bancarrota de la corona norteafricana e
imprescindible a los mermados fondos españoles y a su crédito en la carrera por el
colonialismo europeo en la zona. La recepción de la delegación diplomática marroquí
estuvo presidida por una campaña en prensa poco favorable a la pacificación de
ánimos entre contendientes, preludiando con nefastos augurios lo finalmente acontecido. El
crucero Reina Regente condujo a la embajada marroquí de los puertos de Tánger a
Cádiz, alcanzando la capital el 28 de enero de 1895, donde fue alojada en el
Hotel Rusia de la madrileña Puerta del Sol. Al día siguiente, cuando la
embajada se disponía a acudir al Palacio Real en audiencia con la reina y el
presidente del Gobierno, Práxedes Mateo Sagasta, un incidente cambió el curso
de los acontecimientos.
Sidi Brisha y Miguel Fuentes, caricaturas de Ángel [1895]
El Nuevo Mundo. Crónica Semanal Ilustrada, jueves
7-febrero-1895, p. 9
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A la salida de Sidi Brisha del
establecimiento hotelero, se cruzó en su camino el brigadier en la reserva Miguel
Fuentes y Sánchiz, quien sin mediar palabra propinó un sonoro bofetón al
embajador, al grito: “¡Yo soy Margallo!”, en alusión a los nefastos sucesos
contra el acuartelamiento español en Melilla. Los ríos de tinta corrieron en la
prensa e, incluso, la actual historiografía española aún fabula sobre anécdotas en torno a la tribulación de Sagasta, a la mediación patriótica de la reina apelando a su condición de dama o a los
aspavientos coléricos del embajador, solicitando el pago de la afrenta en sangre hispana. Lo cierto es que la diplomacia
española tuvo que reaccionar con rapidez y ofrecer las más humildes disculpas
por el obsceno gesto, que el periodista liberal y defensor de una "penetración pacífica" de la misión colonial española en Marruecos Gonzalo
de Reparaz (Oporto, Portugal, 1860 - México, 1939) calificó, en El Nuevo Mundo
de 7 de febrero de ese año, como necesaria: […] reparación ante el patriotismo teatral y delirante, que nada prevé, que no razona nunca, y que
en cambio grita y malgasta retórica vacía. El Gobierno, el Parlamento y la
prensa pronto se alinearon en la prudente tesis de una transitoria locura del apresado cuarentón Miguel
Fuentes, aunque no fuese más que el producto del nefasto ambiente patriotero
creado en sus prolegómenos, pero que dio una ventaja en las negociaciones al sagaz
Sidi Brisha, quien desde una inesperada atalaya de autoridad moral, obtuvo la
quita de la mitad de las compensaciones de guerra que originalmente ascendían a
dos millones ochocientos mil duros, con el consiguiente ahorro a las arcas
marroquíes y el gasto millonario a los españoles por la patriótica bofetada.
Por iniciativa de la corona, quien pretendió
aliviar en todo lo posible la tensa situación generada, se instó a la flor y
nata de la sociedad madrileña al agasajo de la comitiva durante el mes de
febrero en que tuvieron lugar las negociaciones, por lo que en la prensa
satírica tuvo especial eco la actitud tanto política como social dolorosamente complaciente con la embajada
marroquí, en una muy arraigada costumbre nacional de ridiculizar aún aquello
que más conviene.
Caricatura de Sagasta planchando las túnicas de media luna,
Ramón Cilla Pérez (Cáceres, 1859 – Salamanca, 1937)
El Nuevo Mundo, Madrid, jueves 7 de febrero de 1895, p. 13
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A los deseos de la reina regente de agradar a
la embajada marroquí acudió presta una de sus damas, siendo el segundo
personaje de esta historia, Dª María del Pilar de León y Gregorio (Córdoba,
1842 – Madrid, 1915), marquesa de Esquilache. La joven, criada en Granada y que
vivió su primer matrimonio en La Habana (Cuba), contrajo segundas
nupcias con el político, escritor y periodista Victoriano Mantilla de los Ríos,
defensor de la restauración monárquica en España, lo que le granjeó la amistad
de Alfonso XII quien, además de otorgarle un marquesado, le confió las
delegaciones diplomáticas primero de Washington D.C. y más tarde de
Constantinopla. Nuevamente viuda, Pilar de León se estableció definitivamente en
Madrid en la calle Barquillo, cuya residencia fue uno de los más
renombrados salones de la buena sociedad matritense. En las reuniones que organizaba conoció al joven diputado
en Cortes, el malagueño Martín Larios y Larios, con quien contrajo matrimonio
en secreto el año 1887 ante la férrea oposición de la acaudalada familia malagueña, que
incluso pleitearon durante todo el año siguiente para lograr la inhabilitación
del esposo en la libre disposición de sus bienes. Ganado el pleito por el feliz
matrimonio, cambió el tren de vida de los recién nombrados marqueses de
Esquilache que establecieron su residencia en el Palacio de Villahermosa en la
madrileña Plaza de las Cortes, donde sin duda tuvo lugar el espectacular
recibimiento de la embajada marroquí en torno al día 1 de febrero de 1895.
Dª Pilar de León (1842-1915),
marquesa de Esquilache y Grande de
España
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Su tercer esposo había fallecido ya
prematuramente en 1889, quedando la marquesa de Esquilache en propiedad de una
considerable fortuna y al frente de sus negocios, así como de la amistad del
afamado pintor malagueño José Moreno Carbonero. A éste correspondió la crónica
social del baile en la residencia de la viuda, ofrecido en desagravio a Sidi
Brisha y su amplia comitiva diplomática, cuya descripción plástica es fiel
trasunto de las crónicas periodísticas de la época. Por ello, no me resisto a
transcribir la narración en prensa que, en su columna sobre novedades sociales
y teatrales madrileñas “Conversaciones”, publicó el periodista José Gutiérrez
Abascal (Madrid, 1852- 1907) —bajo el pseudónimo de Kasabal— en la revista
ilustrada semanal El Nuevo Mundo del
jueves 7 de febrero de ese año quien, no sin ciertos prejuicios occidentales en esa construcción mental que justificó la carrera colonialista europea, navega en las procelosas aguas entre la exaltación del severo comportamiento del otro y el ridículo que hace uno mismo :
Los individuos que componen la embajada marroquí han sido
durante la pasada semana los héroes de los salones madrileños, y el blanco
jaique y el retorcido turbante han triunfado sobre el negro frac y el aplastado
gilms. /
Si los moros hubieran querido bailar vals, de seguro que se quedan sin pareja
los payos madrileños y los attachés
de todas las naciones de Europa, y hubiéramos visto a hermosas descendientes de
los héroes de la reconquista enlazadas por la cintura con los vástagos de los
que suspiraron con Boabdill al perder para siempre de vista las torres Bermejas
del asombroso palacio de Granada. [ …] La media luna caída de las fortalezas
moras, que llegaron a ser por el esfuerzo de legiones de héroes fortalezas
cristianas, brillaban en el sarao de la marquesa de Squilache (sic) sobre el pecho y sobre la cabeza de
hermosísimas damas, que recordaban a aquellas bellas nazarenas que hacen
enloquecer de amor a los Gomeles y Zenetes de las orientales de Zorrilla / La
civilización europea lucía todos sus esplendores para recibir a los
representantes del Sultán de Marruecos, y la luz eléctrica partiendo de
potentes focos, las obras de arte mostrando sus primores, las verdes plantas
extendiendo sus pomposas ramas, los dorados espléndidos y las sedas bordadas
recogidas en elegantes pabellones, todo parecía dispuesto para decir a los que
han quedado rezagados por intransigentes fanatismos en el camino del progreso
[…] Y
sonó con dulcísimos acordes la orquesta y los moros se sentaron regocijados en
el espléndido salón, pensando sin duda en que habrían venido al mundo las
huríes del paraíso de Mahoma, al ver aquellas damas hermosísimas envueltas en
ricas telas, y sobre sus cabezas y cuyos senos desnudos chispeaban los
brillantes y fulguraban las esmeraldas y los rubíes, copiando fosforescencias
del mar, y destellos de luceros, y al contacto de cuyas suavísimas carnes
parecía que se redondeaban las perlas de irisados orientes que llevaban
engarzados en sedosos hilos. […] Los
moros del séquito hacían esfuerzos por permanecer graves, solemnes e
indiferentes en medio de aquel espectáculo, pero no podían contener la
expresión de sus ojos, que brillaban involuntariamente al fijarse en algunas de
aquellas bellezas que se presentaban a ellos libres de discretos velos. Cuando
comunicaron sus impresiones por medio de los intérpretes, manifestaron que lo
que más les asombraba era que las damas se tapasen las manos con los guantes y
se descubriesen la cara, el pecho y los hombros. […] Lo que no pudieron ocultar fue el mal efecto que les causó ver bailar a
los hombres […] aprisionado en un
frac negro con faldones que menean como aves de mal agüero, con las piernas
como flautas embutidas en fundas también negras y dando vueltas al compás de la
música, ¡vamos!, esto no lo comprenden los varoniles hijos de las africanas
tierras, encariñados con su atrasadísima civilización.
Salón de Invierno del Palacio de Villahermosa a finales del
siglo XIX
© Archivo ABC, Prensa Española, c. 1895. |
Ninguna descripción
podría competir en fidelidad con aquella de quienes fueron testigos de la exótica
participación en el baile de la embajada norteafricana, enfrentando la discreta
contención alcohólica islamita con las efusivas muestras de comportamiento desinhibido de las
parejas cristianas. José Moreno Carbonero traslada al lienzo los epítetos de
la pluma de Kasabal, dejando volar el pincel nervioso por la composición casi de
instantánea fotográfica en la traducción de los desdibujados fondos
aterciopelados de la estancia, el despliegue selvático de las palmeras
interiores y las amplias zonas sin pigmento que traducen los destellos de las
luminarias. La comitiva diplomática marroquí sentada o dispuesta en pie en segundo plano,
que parecen proferir algunos de los comentarios ya transcritos en la crónica de prensa, posee un estoico aspecto escultórico que contrasta
con el grácil movimiento de los vestidos femeninos y el extraño flexionar dionisíaco de
las piernas masculinas, donde indiscutiblemente se concentra la intensa comicidad de la
escena.
La abocetada obra
quedó en posesión del pintor, quizá con la inicial intención de trasladarla a
definitiva composición o como apunte con el que poder colaborar en las revistas ilustradas en las que habitualmente publicaba, una rara avis
en la producción de uno de los pintores más populares al trasladar al óleo las
victorias militares españolas de la Guerra de Marruecos y retratar a sus héroes en el
primer cuarto de la siguiente centuria. Además, el episodio del sarao en el Palacio de
Villahermosa no debió ser un evocador recuerdo a posteriori, pues, tras
despedir a la delegación diplomática en el puerto de Tánger dando por
concluida las negociaciones y al regresar el crucero militar Reina Regente hacia Cádiz el 1 de marzo,
sufrió una cruenta embestida del intenso oleaje que encrespaba las aguas del Estrecho, hundiéndose con
más de cuatrocientos miembros de su tripulación, lo que causó una profunda
conmoción nacional. Finalmente, la obra formó parte del legado de la nuera del pintor, Dª
Josefa Travesedo y Silvela, viuda de José Moreno Castells, con destino a instalar
en el Museo de Bellas Artes de Málaga una sala monográfica dedicada al gran
pintor, inaugurada en 1973. Hoy como ayer, el singular lienzo se exhibe en compañía del resto de obras del pintor, subrayando su excepcionalidad en ejecución, aspecto y destino, el libre ejercicio íntimo sobre una crónica social a caballo entre el esperpento y la caricatura.
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